lunes, 30 de noviembre de 2009

desapego zen


Una idea, aunque pueda ser digna y deseable en sí misma, se convierte en enfermedad cuando la mente se obsesiona con ella.
Las enfermedades u obsesiones de las que el esgrimista se tiene que deshacer son:
1. el deseo de victoria,
2. el deseo de recurrir a la astucia técnica,
3. el deseo de exhibir todo lo que se ha aprendido,
4. el deseo de impresionar al enemigo,
5. el deseo de jugar un papel pasivo, y por último,
6. el deseo de librarse de cualquier enfermedad con que se pueda ver afectado.

Cuando una de estas cosas le obsesiona, se hace su esclavo, pues le lleva a perder toda la libertad a que como esgrimista tiene derecho.

En definitiva, la idea zen de alcanzar el desapego de las cosas sin buscarlo, pues esto último sería en sí mismo un apego.


el zen y la cultura japonesa, d. t. suzuki

domingo, 29 de noviembre de 2009

El comienzo y el final no son dos cosas




El principio es el final, de modo que no las dividas y pienses en términos de dualidad.
Si quieres estar en silencio al final, tendrás que estar en silencio desde el principio.
Al principio, el silencio será como una semilla, al final, será como un árbol.
Pero el árbol está escondido en la semilla, así que el principio es el final.
Sea cual sea la meta suprema, debe estar escondida aquí y ahora, en ti, desde el principio mismo.
Si no estuviera al principio, no podría llegar a él al final.
Desde luego habrá una diferencia, al principio solamente podrá estar como semilla, al final será el florecimiento total.
Puede que no seas capas de reconocerlo cuando sea tan solo una semilla, pero está ahí, tanto si lo reconoces, como si no.
El desapego de las cosas es necesario al comienzo del viaje y es necesario al final.
Al comienzo el desapego será con esfuerzo, al final el desapego será espontáneo.
Al comienzo tendrás que mantenerte consiente de él, al final será tu forma natural.
Al principio será un constante estado de alerta, habrá una lucha con tu pasado, con tus pautas de apego, la lucha estará ahí.

Al final no habrá lucha ni alternativa, ni elección, simplemente fluirás en la dirección de la ausencia de deseos.

Se habrá convertido en tu naturaleza.
Pero recuerda que, cualquiera que sea la meta, ha de ser practicada desde el comienzo mismo, el primer paso también es el último.
De modo que uno ha de ser muy cuidadoso con el primer paso, si este es dado en la dirección correcta, se alcanzará el último.

Si yerras el primer paso, habrás errado en todo.
Caerás muchas veces, una y otra vez te apegarás. Y tu mente es tal, que incluso puedes apegarte al desapego.

Tu pauta es muy inconsciente, pero el esforzarte, el esfuerzo consciente, poco a poco te hará estar alerta y consciente.

Y una vez que empieces a percibir la desgracia de estar apegado, entonces habrá menos necesidad de esfuerzo, porque nadie quiere sufrir, nadie quiere ser infeliz.

Somos infelices porque no sabemos lo que estamos haciendo, pero en todo ser humano existe la aspiración de ser feliz.

Nadie suspira por sufrir, todos creamos el sufrimiento porque no sabemos lo que estamos haciendo.


Desde el instante mismo en que un niño nace, se le introduce en su mente mecanismos equivocados y actitudes erróneas.

Nadie trata de equivocarle, pero a su alrededor solamente hay gente equivocada.

Un niño anhela la felicidad, pero nosotros no sabemos cómo enseñarle a ser feliz.. por ejemplo, un niño se enfada y nosotros le decimos “Enfadarse es malo. No te enfades”.

Pero enfadarse es natural y con solo decir “No te enfades” no estamos destruyendo la ira, solamente estamos enseñando al niño a reprimirla.

La represión se convertirá en sufrimiento, porque cualquier cosa que es reprimida se convertirá en veneno.


Hay una cosa que no le estamos enseñando: cómo no enfadarse. Le enseñamos simplemente cómo reprimir la ira.

Y podemos obligarle, porque depende de nosotros. Está indefenso, ha de obedecernos, le estamos haciendo un hipócrita, falso y dividido.

El apego es sufrimiento, pero desde el comienzo mismo, un niño es educado hacia el sufrimiento.

La madre y el padre dicen al niño: “Has de quererme por que soy tu madre, o soy tu padre”, como si el ser padre o madre te hicieran automáticamente digno de ser amado.

El apego obligan a las personas que se relacionan a convertirse en objetos y el amor ayuda a las personas a ser más libres, más independientes, más sinceros.

Pero la verdad solo puede existir en un flujo constante, nunca puede estar congelada.

sábado, 28 de noviembre de 2009

la ley del desapego




Esta ley dice que para adquirir cualquier cosa en el universo físico, debemos renunciar a nuestro apego a ella. Esto no significa que renunciemos a la intención de cumplir nuestro deseo. No renunciamos a la intención ni al deseo; renunciamos al interés por el resultado.
Es grande el poder que se deriva de esto. Tan pronto como renunciamos al interés por el resultado, combinando al mismo tiempo la intención concentrada y el desapego, conseguimos lo que deseamos.
Podemos conseguir cualquier cosa que deseemos a través del desapego, porque éste se basa en la confianza incuestionable en el poder del verdadero yo.

El apego, en cambio, se basa en el temor y en la inseguridad y la necesidad de sentir seguridad emana del desconocimiento del verdadero yo.

La fuente de la abundancia, de la riqueza o de cualquier cosa en el mundo físico es el yo; es la conciencia que sabe cómo satisfacer cada necesidad. Todo lo demás es un símbolo. Los símbolos son transitorios; llegan y se van. Perseguir símbolos es como contentarse con el mapa en lugar del territorio.
Es algo que produce ansiedad y acaba por hacernos sentir vacíos y huecos por dentro, porque cambiamos el yo por los símbolos del yo.
El apego es producto de la conciencia de la pobreza, porque se interesa siempre por los símbolos. El desapego es sinónimo de la conciencia de la riqueza, porque con él viene la libertad para crear. Sólo a partir de un compromiso desprendido, podemos tener alegría y felicidad.

Entonces, los símbolos de la riqueza aparecen espontáneamente y sin esfuerzo. Sin desapego somos prisioneros del desamparo, la desesperanza, las necesidades mundanas, los intereses triviales, la desesperación silenciosa y la gravedad, características distintivas de una existencia mediocre y una conciencia de la pobreza.

La verdadera conciencia de la riqueza es la capacidad de tener todo lo que deseamos, cada vez que lo deseamos, y con un mínimo de esfuerzo. Para afianzarnos en esta experiencia es necesario afianzarnos en la sabiduría de la incertidumbre. En la incertidumbre encontraremos la libertad para crear cualquier cosa que deseemos.

La gente busca constantemente seguridad, pero con el tiempo descubriremos que esa búsqueda es en realidad algo muy efímero. Hasta el apego al dinero es una señal de inseguridad.

Quienes buscan la seguridad la persiguen durante toda la vida sin encontrarla jamás. La seguridad es evasiva y efímera porque no puede depender exclusivamente del dinero. El apego al dinero siempre creará inseguridad, no importa cuánto dinero se tenga en el banco. De hecho, algunas de las personas que más dinero tienen son las más inseguras.

La búsqueda de la seguridad es una ilusión. Según las antiguas tradiciones de sabiduría, la solución de todo este dilema reside en la sabiduría de la inseguridad o la sabiduría de la incertidumbre. Esto significa que la búsqueda de seguridad y de certeza es en realidad un apego a lo conocido.

¿Y qué es lo conocido? Lo conocido es el pasado. Lo conocido no es otra cosa que la prisión del condicionamiento anterior. Allí no hay evolución, absolutamente ninguna evolución. Y cuando no hay evolución, sobrevienen el estancamiento, el desorden, el caos y la decadencia.

La incertidumbre, por otra parte, es el suelo fértil de la creatividad pura y de la libertad. La incertidumbre es penetrar en lo desconocido en cada momento de nuestra existencia. Lo desconocido es el campo de todas las posibilidades, siempre fresco, siempre nuevo, siempre abierto a la creación de nuevas manifestaciones.
Sin la incertidumbre y sin lo desconocido, la vida es sólo una vil repetición de recuerdos gastados. Nos convertimos en víctimas del pasado, y nuestro torturador de hoy es el yo que ha quedado de ayer.
Renunciemos a nuestro apego a lo conocido y adentrémonos en lo desconocido, así entraremos en el campo de todas las posibilidades. La sabiduría de la incertidumbre jugará un importante papel en nuestro deseo de entrar en lo desconocido.

Esto significa que en cada momento de nuestra vida habrá emoción, aventura, misterio; que experimentaremos la alegría de vivir: la magia, la celebración, el júbilo y el regocijo de nuestro propio espíritu.

Cada día podemos buscar la emoción de lo que puede ocurrir en el campo de todas las posibilidades. Si nos sentimos inseguros, estamos en el camino correcto, no nos demos por vencidos.

En realidad no necesitamos tener una idea rígida y completa de lo que haremos la semana próxima o el año próximo, porque si tenemos una idea clara de lo que ha de suceder y nos aferramos rígidamente a ella, dejaremos por fuera un enorme abanico de posibilidades.

Una de las características del campo de todas las posibilidades es la correlación infinita. Este campo puede orquestar una infinidad de sucesos espacio-temporales con el fin de producir el resultado esperado.

Pero cuando hay apego, la intención queda atrapada en una forma de pensar rígida y se pierden la fluidez, la creatividad y la espontaneidad inherentes al campo de todas las posibilidades.
Cuando nos apegamos a algo, congelamos nuestro deseo, lo alejamos de esa fluidez y esa flexibilidad infinitas y lo encerramos dentro de un rígido marco que obstaculiza el proceso total de la creación.

Esta ley no obstaculiza la fijación de metas. Siempre tenemos la intención de avanzar en una determinada dirección, siempre tenemos una meta. Sin embargo, entre el punto A y el punto B hay un número infinito de posibilidades, y si la incertidumbre está presente, podremos cambiar de dirección en cualquier momento si encontramos un ideal superior o algo más emocionante.

Al mismo tiempo, será menos probable que forcemos las soluciones de los problemas, lo cual hará posible que nos mantengamos atentos a las oportunidades.

La ley del desapego acelera el proceso total de la evolución. Cuando entendemos esta ley, no nos sentimos obligados a forzar las soluciones de los problemas. Cuando forzamos las soluciones, solamente creamos nuevos problemas.

Pero si fijamos nuestra atención en la incertidumbre y la observamos mientras esperamos ansiosamente a que la solución surja de entre el caos y la confusión, entonces surgirá algo fabuloso y emocionante.

Cuando este estado de vigilancia, nuestra preparación en el presente, en el campo de la incertidumbre, se suma a nuestra meta y a nuestra intención, nos permite aprovechar la oportunidad. ¿Qué es la oportunidad? Es lo que está contenido en cada problema de la vida.

Cada problema que se nos presenta en la vida es la semilla de una oportunidad para algún gran beneficio. Una vez que tengamos esta percepción, nos abriremos a toda una gama de posibilidades, lo cual mantendrá vivos el misterio, el asombro, la emoción y la aventura.

Podremos ver cada problema de la vida como la oportunidad de algún gran beneficio. Habiéndonos afianzado en la sabiduría de la incertidumbre, podremos permanecer alerta a las oportunidades. Y, cuando nuestro estado de preparación se encuentre con la oportunidad, la solución aparecerá espontáneamente.

Lo que resulta de esto es lo que denominamos comúnmente «buena suerte». La buena suerte no es otra cosa que la unión del estado de preparación con la oportunidad.

Cuando los dos se mezclan con una vigilancia atenta del caos, surge una solución que trae beneficio y evolución para nosotros y para todos los que nos rodean. Ésta es la receta perfecta para el éxito, y se basa en la ley del desapego.



Deepak Chopra

viernes, 27 de noviembre de 2009

deseo-apego



Sólo tu, puedes hacerte feliz y todos los momentos presentes lo son porque tú estás en ellos. Y hoy, en el eterno presente, en el aquí y el ahora, tú serás feliz aunque hoy te acompañe esto o lo otro. Y podrás ir pasando de un momento a otro en la vida disfrutándolo plenamente, sin llevar cargas emocionales del pasado. Y como los lirios del campo y los pájaros del cielo estarás libre de preocupaciones viviendo siempre el Eterno presente.

Buda dijo:

El mundo está lleno de sufrimientos; la raíz del sufrimiento es el apego;

la supresión del sufrimiento es la eliminación del apego.

El desapego podría definirse como "carencia de sed". Piensa en el ánimo de una persona desesperada por la sed y en el de alguien que no la tiene.
Observa mentalmente la diferencia. ¿En cual ves paz, tranquilidad, seguridad y en cual lo contrario? Ahora observa el mundo, la infelicidad que hay en torno y dentro de ti. ¿Qué la causa? La situación económica, el desempleo, las guerras, la soledad ...

Si observas bien, verás que no es nada de esto, porque si esto se solucionara aparecerían otros temas que seguirían causando la infelicidad.

¿Entonces qué es?.

Es que esa infelicidad la llevas contigo donde vayas.

Esa infelicidad está en ti y no puedes escapar de ti.

Está en tu programación, en tu computadora cerebral, son tus creencias;

esas que te parecen tan lógicas que ni siquiera sabes que te tiranizan y esclavizan.

Tu mente no deja de producir infelicidad. Ahora, si lo analizas, verás que hay una sola cosa que origina la infelicidad: el deseo-apego.

¿Y qué es el apego?

Es un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o persona determinada, originado por la creencia de que sin esa cosa o persona, no es posible ser feliz.


Tu mente dice: No puedes ser feliz si no tienes tal o cual cosa, o si tal persona no está contigo.

No puedes ser feliz si tal persona no te ama.

No puedes ser feliz si no tienes un trabajo seguro.

No puedes ser feliz si no das seguridad a tu futuro.

No puedes ser feliz si estás solo.

No puedes ser feliz si no tienes un cuerpo a la moda.

No puedes ser feliz si los otros actúan así.

Y cuántos más 'No puedes ser feliz si....'

Tu mente está programada para demostrarte constantemente (si no es por una cosa, es por otra) que no puedes ser feliz.

¡Todo esto es falso!


osho

jueves, 26 de noviembre de 2009

la hierba crece sola




En el Zen hay una gran diferencia entre aprendizaje y conocimiento. Déjame que te explique. El conocimiento es prestado; el aprendizaje es tuyo. El conocimiento se adquiere a través de las palabras, el lenguaje, los conceptos; el aprendizaje se adquiere a través de la experiencia. El conocimiento siempre se acaba: ya lo sabes, así que ya está. El aprendizaje nunca se acaba, siempre está en el camino. El aprendizaje es un proceso: uno sigue aprendiendo hasta el último momento. El conocimiento llega hasta un punto donde se para, y se convierte en ego. El aprendizaje no se para nunca, se mantiene humilde.
Si te muestro una flor, tú no la verás directamente; dirás: Sí, es una hermosa rosa. ¿Qué necesidad hay de decir que es una rosa? En cuanto dices que es una rosa, se han metido en ella todas las rosas que has conocido en el pasado. En el instante que dices que es una rosa, la estás comparando con otras flores, la estás identificando, la estás categorizando. En el momento que dices que es una rosa, y que es hermosa, has metido todos tus conceptos de belleza, memorias de rosas, imaginaciones, todo. La rosa se ha perdido entre la muchedumbre.
El maestro simplemente se queda sentado, sin hacer nada, y el discípulo espera que el maestro haga algo. Luego llega la primavera. Y cuando se encuentran, la hierba crece por sí sola. De hecho, la verdad es un acontecimiento; uno solo tiene que permitirlo. No hay que hacer nada directamente; uno solo tiene que permitirlo. No serás capaz de saberlo hasta que ocurra, porque tú lo único que sabes es que cuando haces algo ocurre algo. Cuando tú no haces nada, no ocurre nada. Así que tú no tienes ni idea de que hay una dimensión completamente diferente de las cosas.

zen. la hierba crece sola, osho

miércoles, 25 de noviembre de 2009

actuar sin objetivo



Cuando un arquero dispara por nada
tiene toda su habilidad.
Si dispara por una hebilla de bronce
ya está nervioso.
Si dispara por un premio de oro
se vuelve ciego;
o ve dos objetivos,
¡Está fuera de su mente!
Su habilidad no ha cambiado. Pero el premio
le divide; se preocupa.
Piensa más en ganar
que en disparar,
Y la necesidad de ganar
le roba su fuerza.


chuang tzu



martes, 24 de noviembre de 2009

desapego



Tienes que alcanzar un estado de conciencia en el que nada te impresione, en el que puedas permanecer desapegado. ¿Cómo hacerlo? Tienes la oportunidad de hacerlo a lo largo del día. Por eso digo que este método es bueno para ti. En cualquier momento puedes darte cuenta de que algo te está poseyendo. Entonces haz una profunda respiración, inhala profundamente, exhala profundamente y observa otra vez la cosa, pero mírala simplemente como un testigo, como un espectador. Si puedes logra un estado mental de espectador, aunque sea por un solo momento, sentirás repentínamente que estás solo, nada puede impresionarte; al menos en ese momento nada puede crear un deseo en ti. Respira profundamente , y exhala, cada vez que sientas que algo te impresiona, que te influencia, que te arrastra lejos de ti mismo, volviéndose más importante que tú.

Y en esa pequeña brecha que crea la exhalación, mira la cosa: una cara bella, un cuerpo hermoso, un hermoso edificio o lo que sea. Si sientes que es difícil, si solo por exhalar no puedes crear una brecha, entonces haz una cosa más. Exhala y detén la inhalación por un breve momento, dejando salir todo el aire con la exhalación. Detente, no inhales. Entonces mira la cosa. Cuando el aire ha salido o entrado, cuando dejas de respirar, nada puede influenciarte. En ese momento estás desconectado, el vínculo se ha roto.

La respiración es el vínculo. Pruébalo. Solo por un momento tendrás la sensación de ser un testigo, pero eso te dará el sabor, eso te dará la sensación de lo que es ser un testigo. Entonces puedes ponerlo en práctica. A lo largo de todo el día, cada vez que algo te impresione y surja un deseo, exhala, detente en el intervalo, y mira la cosa. La cosa estará allí, tú estarás allí, pero no habrá vínculo. La respiración es el vínculo.

Sentirás de pronto que eres poderoso, que eres potente. Y entre más poderoso te sientas, más llegarás a ser mismo. Entre más cosas desaparezcan, entre más desaparezca su poder sobre ti, más “cristalizado” te sentirás. Habrá comenzado la individualidad. Ahora tendrás un centro de referencia, y en cualquier momento puedes ir al centro y el mundo desaparece. En cualquier momento puedes encontrar refugio en tu propio centro, y el mundo pierde su poder.


el libro de los secretos, osho

lunes, 23 de noviembre de 2009

un guerrero no desperdicia palabras


Para ayudar al reposo interior, el Guerrero cultiva la tregua de la palabra. Habla sólo cuando hay que hablar y si su voz no es mejor que el silencio, entonces calla. Si sabe hacerlo puede escuchar y quien es capaz de atender a otros es sabio.
Un Guerrero tampoco necesita farfullar ininterrumpidamente pues sabe estar a solas consigo mismo y con los demás. No hay espacios que se preocupe por rellenar: ante su presencia, las brechas se abren o se cierran decididamente, definiendo las cosas con claridad.
Por último, el verbo de un Guerrero es directo y poderoso. Nadie habrá que dude de él y a su palabra los hombres entenderán. Su hablar y su mirar son uno solo. Así realiza la unidad.


lucas estrella schultz

domingo, 22 de noviembre de 2009

ansiedad



El momento presente
carece de ansiedad.
La ansiedad
sólo está causada
por el pasado
o el futuro.

el libro de la vida y la muerte, osho

sábado, 21 de noviembre de 2009

sabiduría




El sabio asiente al mundo tal como es, sin miedo y sin intención.
Está reconciliado con la fugacidad y no aspira llegar más allá de lo que acaba con la muerte.
Mantiene la visión general porque está en sintonía, y sólo interviene en la medida en la que lo requiere el flujo de la vida.
Puede discernir: funciona o no funciona, porque no tiene intención.
La sabiduría es el fruto de larga disciplina y práctica, pero aquel que la tiene, la tiene sin esfuerzo.
Siempre está en camino y llega a la meta, no por buscar.
Crece.


verdichtetes

viernes, 20 de noviembre de 2009

cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar


Domingo, 15 de abril, 1962
Cuando me disponía a partir, decidí preguntarle una vez más por los enemigos de un hombre de conocimiento. Aduje que no podría regresar en algún tiempo y serla buena idea escribir lo que él dijese y meditar en ello mientras estaba fuera.
Titubeó un rato, pero luego comenzó a hablar.
Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.
"Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conocimiento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.
"Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda."
¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?
Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llegará a ser hombre de conocimiento. Llegará a ser un maleante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asustado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.
¿Y qué puede hacer para superar el miedo?
La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea aterradora.
"Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo natural."
¿Ocurre de golpe, don Juan, o poco a poco?
Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se conquista rápido y de repente.
¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?
No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto,
"Y así ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la claridad! Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega.
"Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad. Pero todo eso es un error; es como si viera algo claro peto incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión. de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.
¿Qué pasa con un hombre derrotado en esa forma, don Juan? ¿Muere en consecuencia?
-No, no muere. Su segundo enemigo nomás ha parado en seco sus intentos de hacerse hombre de conocimiento; en vez de eso, el hombre puede volverse un guerrero impetuoso, o un payaso. Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.
Pero ¿qué tiene que hacer para evitar la derrota?
-Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error. Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto delante de sus ojos. Y así habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión. No será solamente un punto delante de sus ojos. Ése será el verdadero poder.
"Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: ¡el poder!
"El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente, lo más fácil es rendirse; después de todo, el hombre es de veras invencible. Él manda; empieza tomando riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque es el amo del poder.
"Un hombre en esta etapa apenas advierte que su tercer enemigo se cierne sobre él. Y de pronto, sin saber, habrá sin duda perdido la batalla. Su enemigo lo habrá transformado en un hombre cruel, caprichoso."
¿Perderá su poder?
-No, nunca perderá su claridad ni su poder.
-¿Entonces qué lo distinguirá de un hombre de conocimiento?
Un hombre vencido por el poder muere sin saber realmente cómo manejarlo. El poder es sólo un carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio de si mismo, ni puede decir cómo ni cuándo usar su poder.
La derrota a manos de cualquiera de estos enemigos ¿es definitiva?
Claro que es definitiva. Cuando uno de estos enemigos vence a un hombre, no hay nada que hacer.
¿Es posible, por ejemplo, que el hombre vencido por el poder vea su error y se corrija?
No. Una vez que un hombre se rinde, está acabado.
¿Pero si el poder lo ciega temporalmente y luego él lo rechaza?
Eso quiere decir que la batalla sigue. Quiere decir que todavía está tratando de volverse hombre de conocimiento. Un hombre está vencido sólo cuando ya no hace la lucha y se abandona.
Pero entonces, don Juan, es posible que un hombre se abandone al miedo durante años, pero finalmente lo conquiste,
No, eso no es cierto. Si se rinde al miedo nunca lo conquistará, porque se asustará de aprender y no volverá a hacer la prueba. Pero si trata de aprender durante años, en medio de su miedo, terminará conquistándolo porque nunca se habrá abandonado a él en realidad.
¿Cómo puede vencer a su tercer enemigo, don Juan?
Tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento, y con fe todo lo que ha aprendido. Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará a un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer enemigo.
"El hombre estará, para entonces, al fin de su travesía por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su último enemigo: ¡la vejez! Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyentar por un instante.
"Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en el que siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por entero a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.
"Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede entonces ser llamado hombre de conocimiento, aunque sea tan sólo por esos momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible. Esos momentos de claridad, poder y conocimiento son suficientes."


carlos castaneda

jueves, 19 de noviembre de 2009

un guerrero prescinde de lo que sea necesario




Porque un Guerrero es peregrino del Dharma, de cielos e infiernos, sabe que debe llevar consigo sólo lo mínimo. Porque siempre está de paso, no carga sobre sus espaldas cosas fútiles.
Mira tu cotidianeidad, tu casa. ¿Cuántas cosas acaparas "por si algún día te sirven"? ¿Qué cosas serían de utilidad para aquellos que nada tienen? ¿Posees cosas que han estado arrumbadas por años?
Un Guerrero prescinde de lo que sea necesario. Tanto de lo esterno como de lo interno. Por lo tanto, tampoco caben dentro de sí sentimientos inútiles o nocivos. Vanidades, miedos, envidias y apegos pesan más de lo que uno imagina. Retrasan el paso y un Guerrero sabe que no hay tiempo que perder. Debe llegar antes del atardecer. Por ello cultiva aquellos estados mentales que le ayudan a transitar la senda de la luz. Compasión, arrojo, lucidez. Esos son los pilares de la senda del Guerrero. Esas son sus principales armas.


lucas estrella schultz

miércoles, 18 de noviembre de 2009

el camino




Minino de Chesire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?”, preguntó Alicia al Gato. “Eso depende en gran parte del sitio al que quieras llegar”, dijo el Gato. “No me importa mucho el sitio…” dijo Alicia. “Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes”, dijo el Gato.

alicia en el país de las maravillas, lewis carroll

martes, 17 de noviembre de 2009

el viaje definitivo




…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado.
mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.


poemas agrestes, 1910-1911- juan ramón jiménez

lunes, 16 de noviembre de 2009

Para curar el primer golpe, es preciso que mi cuerpo y mi memoria consigan realizar un lento trabajo de cicatrización




Para curar el primer golpe, es preciso que mi cuerpo y mi memoria consigan realizar un lento trabajo de cicatrización. Y para atenuar el sufrimiento que produce el segundo golpe, hay que cambiar la idea que uno se hace de lo que le ha ocurrido, es necesario que logre reformar la representación de mi desgracia y su puesta en escena ante los ojos de los demás. El relato de mi angustia llegará al corazón de los dmás, el retablo que refleja mi tempestad les herirá, y la fiebre de mi compromiso social les obligará a descubrir otro modo de ser humano. A la cicatrización de la herida real se añadirá la metamorfosis de la representación de la herida.

Pero lo que va a costarle mucho tiempo comprender al patito feo es el hecho de que la cicatriz nunca sea segura. Es una brecha en el desarrollo de su personalidad, un punto débil que siempre puede reabrirse con los golpes que la fortuna decida propinar. Esta grieta obliga al patito feo a trabajar incesantemente en su interminable metamorfosis. Sólo entonces podrá llevar una existencia de cisne, bella y sin embargo frágil, pues jamás podrá olvidar su pasado de patito feo. No obstante, una vez convertido en cisne, podrá pensar en ese pasado de un modo que le resulte soportable.
Esto significa que la resiliencia, el hecho de superar el trauma y volverse bello pese a todo, no tiene nada que ver con la invulnerabilidad ni con el éxito social.

La mórbida amabilidad del pequeño pelirrojo

Me habían pedido que examinase a un chico de 15 años cuyos comportamientos parecían sorprendentes. Vi llegar a un pequeño pelirrojo de piel blanca, vestido con un pesado abrigo azul con cuello aterciopelado. En pleno junio, en Toulon, resulta una prenda sorprendente. El joven evitaba mirarme directamente a los ojos y hablaba tan quedamente que me fue difícil oír si su discurso era coherente. Se había evocado la esquizofrenia. Al hilo de las charlas, descubrí a un muchacho de carácter muy suave y a la vez muy fuerte. Vivía en la parte baja de la ciudad, en una casa con dos habitaciones situadas en pisos distintos. En la primera, su abuela se moría lentamente, víctima de un cáncer. En la segunda, su padre alcohólico vivía con un perro. El pequeño pelirrojo se levantaba muy temprano, limpiaba la casa, preparaba la comida del mediodía y se marchaba después al colegio, lugar en el que era un buen alumno, aunque muy solitario. El abrigo, cogido del armario del padre, permitía ocultar la ausencia de camisa. Por la tarde, hacía la compra, sin olvidar el vino, fregaba las dos habitaciones, en las que el padre y el perro habían causado no pocos estragos, comprobaba los medicamentos, daba de comer a su pequeña tropa y, ya de noche, al regresar la calma, se permitía un instante de felicidad: se ponía a estudiar.
Un día, un compañero de clase se presentó ante el pelirrojo para hablarle de una emisión cultural, emitida por France-Culture. Un profesor que enseñaba una exótica lengua les invitó a una cafetería para charlar del asunto. El jovencito pelirrojo volvió a casa, a sus dos cochambrosas habitaciones, atónito, pasmado de felicidad. Era la primera vez en su vida que alguien le hablaba amistosamente y que le invitaban a tomar algo en un café, así sin más, para charlar sobre un problema anodino, interesante, abstracto, completamente distinto de las incesantes pruebas que saturaban su vida cotidiana. Esta conversación, aburrida para un joven inserto en un entorno normal, había adquirido para el muchacho pelirrojo la importancia de un deslumbramiento: había descubierto que era posible vivir con amistad y rodeado por la belleza de las reflexiones abstractas. Aquella hora vivida en un café actuaba en el como una revelación, como un instante sagrado capaz de hacer surgir en la historia personal un antes y un después. Y el sentimiento era tanto más agudo cuanto que el hecho de disfrutar de una relación intelectual no sólo había representado para él la ocasión de compartir unos minutos de amistad, así, de vez en cuando, sino que había su puesto, sobre todo, una posibilidad de escapar al constante horror que le rodeaba.
Pocas semanas antes de los exámenes finales de bachillerato, el chico pelirrojo me dijo: «Si tengo la desgracia de aprobar, no podré abandonar a mi padre, a mi abuela y a mi perro». Entonces, el destino hizo gala de una ironía cruel: el perro se escapó, el padre le siguió támbaleándose, fue atropellado por un coche, y la abuela moribunda se apago definitivamente en el hospital.
Liberado in extremis de sus ataduras familiares, el joven pelirrojo hoy en día un brillante estudiante de lenguas orientales. Pero cabe imaginar que si el perro no se hubiese escapado, el muchacho habría aprobado el bachillerato a su pesar y, no atreviéndose a abandonar a su miserable familia, habría elegido un oficio cualquiera para quedarse junto a ellos. Nunca se habría convertido en un universitario viajero.

Pero es probable que hubiese conservado unos cuantos islotes de felicidad triste, una forma de resiliencia.
Este testimonio me permite presentar este libro articulándolo en torno a dos ideas.
En primer lugar, la adquisición de recursos internos hizo posible que se moldeara el temperamento suave y no obstante duro frente al dolor del muchachito pelirrojo. Quizá el medio afectivo en el que se había visto inmerso durante sus primeros años, antes incluso de la aparición de la palabra, había impregnado su memoria biológica no consciente con un modo de reacción, un temperamento y un estilo de comportamiento que, en el transcurso de la prueba de su adolescencia, habría podido explicar su aparente extrañeza y su suave determinación.
Más tarde, cuando el chico pelirrojo aprendió a hablar, se constituyeron en su mundo íntimo algunos mecanismos de defensa, mecanismos que aparecieron en forma de operaciones mentales capaces de permitir la disminución del malestar provocado por una situación dolorosa. Una defensa de este tipo puede luchar contra una pulsión interna o una representación, como sucede cuando experimentamos vergüenza por sentir ganas de hacer daño a alguien o cuando nos vemos torturados por un recuerdo que se impone en nosotros y que llevamos a donde quiera que vayamos. Podemos huir de una agresión externa, filtrarla o detenerla, pero en aquellos casos en que el medio se halla estructurado por un discurso o por una institución que hacen que la agresión sea permanente, nos vemos obligados a recurrir a los mecanismos de defensa, es decir, a la negación, al secreto o a la angustia agresiva. Es el sujeto sano el que expresa un malestar cuyo origen se encuentra a su alrededor, en una familia o en una sociedad enferma. La mejoría del sujeto que sufre, la reanudación de su evolución psíquica, su resiliencia, esa capacidad para soportar el golpe y restablecer un desarrollo en unas circunstancias adversas, debe procurarse, en tal caso, mediante el cuidado del entorno, la actuación sobre la familia, el combate contra los prejuicios o el zarandeo de las rutinas culturales, esas creencias insidiosas por las que, sin darnos cuenta, justificamos nuestras interpretaciones y motivamos nuestras reacciones.

De este modo, todo estudio de la resiliencia debería trabajar tres planos principales:

1. La adquisición de recursos internos que se impregnan en el temperamento, desde los primeros años, en el transcurso de las interacciones precoces preverbales, explicará la forma de reaccionar ante las agresiones de la existencia, ya que pone en marcha una serie de guías de desarrollo más o menos sólidas.
2. La estructura de la agresión explica los daños provocados por el primer golpe, la herida o la carencia. Sin embargo, será la significación que ese golpe haya de adquirir más tarde en la historia personal del magullado y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores efectos del segundo golpe, el que provoca el trauma.
3. Por último, la posibilidad de regresar a los lugares donde se hallan los afectos, las actividades y las palabras que la sociedad dispone en ocasiones alrededor del herido, ofrece las guías de resiliencia que habrán de permitirle proseguir un desarrollo alterado por la herida.
Este conjunto constituido por un temperamento personal, una significación cultural y un sostén social, explica la asombrosa diversidad de los traumas.


boris cyrulnik

domingo, 15 de noviembre de 2009

la última batalla sobre la tierra




Don Juan calló; al parecer tenía tremendas dificultades para decidir qué cosa decir. Se frotó las manos y sacudió la cabeza, hinchando las quijadas. Dos veces me hizo seña de guardar silencio cuando yo empezaba a pedirle explicar sus crípticas declaraciones.
-No vas a poder frenarte fácilmente -dijo por fin-. Sé que eres terco, pero eso no importa. Mientras más terco seas, mejor será cuando al fin logres cambiarte.
-Estoy haciendo lo posible -dije.
-No. No estoy de acuerdo. No estás haciendo lo posible. Nada más dices eso porque te suena bien; de hecho, has estado diciendo lo mismo acerca de todo cuanto haces. Llevas años haciendo lo posible, sin que sirva de nada. Algo hay que hacer para remediar eso.
Como de costumbre, me sentí impulsado a defenderme. Don Juan parecía atacar, por sistema, mis puntos más débiles. Recordé entonces que cada intento por defenderme de sus críticas había desembocado en el ridículo, y me detuve a la mitad de un largo discurso explicativo.
Don Juan me examinó con curiosidad y rió. Dijo, en tono muy bondadoso, que ya me había dicho que todos somos unos tontos. Yo no era la excepción.

-Siempre te sientes obligado a explicar tus actos, como si fueras el único hombre que se equivoca en la tierra -dijo-. Es tu viejo sentimiento de importancia. Tienes demasiada; también tienes demasiada historia personal. Por otra parte, no te haces responsable de tus actos; no usas tu muerte como consejera y, sobre todo, eres demasiado accesible. En otras palabras, tu vida sigue siendo el desmadre que era cuando te conocí.
De nuevo tuve un genuino empellón de orgullo y quise rebatir sus palabras. Él me hizo seña de callar.
-Hay que hacerse responsable de estar en un mundo extraño -dijo-. Estamos en un mundo extraño, has de saber.
Moví la cabeza en sentido afirmativo.

-No estamos hablando de lo mismo -dijo él-. Para ti el mundo es extraño porque cuando no te aburre estás enemistado con él. Para mí el mundo es extraño porque es estupendo, pavoroso, misterioso, impenetrable; mi interés ha sido convencerte de que debes hacerte responsable por estar aquí, en este maravilloso mundo, en este maravilloso desierto, en este maravilloso tiempo. Quise convencerte de que debes aprender a hacer que cada acto cuente, pues vas a estar aquí sólo un rato corto, de hecho, muy corto para presenciar todas las maravillas que existen.
Insistí que aburrirse con el mundo o enemistarse con él era la condición humana.
-Pues cámbiala -repuso con sequedad-. Si no respondes al reto, igual te valdría estar muerto.
Me instó a nombrar un asunto, un elemento de mi vida que hubiera ocupado todos mis pensamientos. Dije que el arte. Siempre quise ser artista y durante años me dediqué a ello. Todavía conservaba el doloroso recuerdo de mi fracaso.

-Nunca has aceptado la responsabilidad de estar en este mundo impenetrable -dijo en tono acusador-. Por eso nunca fuiste artista, y quizá nunca seas cazador.
-Hago lo mejor que puedo, don Juan.
-No. No sabes lo que puedes.
-Hago cuanto puedo.
-Te equivocas otra vez. Puedes hacer más. Hay una cosa sencilla que anda mal contigo: crees tener mucho tiempo.
Hizo una pausa y me miró como aguardando mi reacción.
-Crees tener mucho tiempo -repitió.
-¿Mucho tiempo para qué, don Juan?
-Crees que tu vida va a durar para siempre.
-No. No lo creo.
-Entonces, si no crees que tu vida va a durar para siempre, ¿qué cosa esperas? ¿Por qué titubeas en cambiar?
-¿Se le ha ocurrido alguna vez, don Juan, que a lo mejor no quiero cambiar?
-Sí, se me ha ocurrido. Yo tampoco quería cambiar, igual que tú. Sin embargo, no me gustaba mi vida; estaba cansado de ella, igual que tú. Ahora no me alcanza la que tengo.

Afirmé con vehemencia que su insistente deseo de cambiar mi forma de vida era atemorizante y arbitrario. Dije que en cierto nivel estaba de acuerdo, pero el mero hecho de que él fuera siempre el amo que decidía las cosas me hacía la situación insostenible.
-No tienes tiempo para esta explosión, idiota -dijo con tono severo-. Esto, lo que estás haciendo ahora, puede ser tu último acto sobre la tierra. Puede muy bien ser tu última batalla. No hay poder capaz de garantizar que vayas a vivir un minuto más.
-Ya lo sé -dije con ira contenida.
-No. No lo sabes. Si lo supieras, serías un cazador.
Repuse que tenía conciencia de mi muerte inminente, pero que era inútil hablar o pensar acerca de ella, pues nada podía yo hacer para evitarla. Don Juan río y me comparó con un cómico que atraviesa mecánicamente su número rutinario.
-Si ésta fuera tu última batalla sobre la tierra, yo diría que eres un idiota -dijo calmadamente-. Estas desperdiciando en una tontería tu acto sobre la tierra.
Estuvimos callados un momento. Mis pensamientos se desbordaban. Don Juan tenía razón, desde luego.
-No tienes tiempo, amigo mío, no tienes tiempo. Ninguno de nosotros tiene tiempo -dijo.
-Estoy de acuerdo, don Juan, pero...
-No me des la razón por las puras -tronó-. En vez de estar de acuerdo tan fácilmente, debes actuar. Acepta el reto. Cambia.
-¿Así no más? .
-Como lo oyes. El cambio del que hablo nunca sucede por grados; ocurre de golpe. Y tú no te estás preparando para ese acto repentino que producirá un cambio total.
Me pareció que expresaba una contradicción. Le expliqué que, si me estaba preparando para el cambio, sin duda estaba cambiando en forma gradual.
-No has cambiado en nada -repuso-. Por eso crees estar cambiando poco a poco. Pero a lo mejor un día de éstos te sorprendes cambiando de repente y sin una sola advertencia. Yo sé que así es la cosa, y por eso no pierdo de vista mi interés en convencerte.
No pude persistir en mi argumentación. No estaba seguro de qué deseaba decir realmente. Tras una corta pausa, don Juan reanudó sus explicaciones.

-Quizás haya que decirlo de otra manera -dijo-. Lo que te recomiendo que hagas es notar que no tenemos ninguna seguridad de que nuestras vidas van a seguir indefinidamente. Acabo de decir que el cambio llega de pronto, sin anunciar, y lo mismo la muerte. ¿Qué crees que podamos hacer?
Pensé que la pregunta era retórica, pero él hizo un gesto con las cejas instándome a responder.
-Vivir lo más felices que podamos -dije.
-¡Correcto! ¿Pero conoces a alguien que viva feliz?
Mi primer impulso fue decir que sí; pensé que podía usar como ejemplos a varias personas que conocía. Pero al pensarlo mejor supe que mi esfuerzo sería sólo un hueco intento de exculparme.
-No -dije-. En verdad no.
-Yo sí -dijo don Juan-. Hay algunas personas que tienen mucho cuidado con la naturaleza de sus actos. Su felicidad es actuar con el conocimiento pleno de que no tienen tiempo; así, sus actos tienen un poder peculiar; sus actos tienen un sentido de...
Parecían faltarle las palabras. Se rascó las sienes y sonrió. Luego, de pronto, se puso de pie como si nuestra conversación hubiera concluido. Le supliqué terminar lo que me estaba diciendo. Volvió a sentarse y frunció los labios.

Los actos tienen poder -dijo-. Sobre todo cuando la persona que actúa sabe que esos actos son su última batalla. Hay una extraña felicidad ardiente en actuar con el pleno conocimiento de que lo que uno está haciendo puede muy bien ser su último acto sobre la tierra. Te recomiendo meditar en tu vida y contemplar tus actos bajo esa luz.
-Yo no estaba de acuerdo. Para mí, la felicidad consistía en suponer que había una continuidad inherente a mis actos y que yo podría seguir haciendo, a voluntad, cualquier cosa que estuviera haciendo en ese momento, especialmente si la disfrutaba. Le dije que mi desacuerdo, lejos de ser banal, brotaba de la convicción de que el mundo y yo mismo poseíamos una continuidad determinable.

Don Juan pareció divertirse con mis esfuerzos por lograr coherencia. Rió, meneó la cabeza, se rascó el cabello, y finalmente, cuando hablé de una "continuidad determinable", tiró su sombrero al suelo y lo pisoteó.
Terminé riendo de sus payasadas.
-No tienes tiempo, amigo mío -dijo él-. Ésa es la desgracia de los seres humanos. Ninguno de nosotros tiene tiempo suficiente, y tu continuidad no tiene sentido en este mundo de pavor y misterio.
"Tu continuidad sólo te hace tímido. Tus actos no pueden de ninguna manera tener el gusto, el poder, la fuerza irresistible de los actos realizados por un hombre que sabe que está librando su última batalla sobre la tierra. En otras palabras, tu continuidad no te hace feliz ni poderoso."

Admití mi temor de pensar en que iba a morir, y lo acusé de provocarme una gran aprensión con sus constantes referencias a la muerte.
-Pero todos vamos a morir -dijo.
Señaló unos cerros en la distancia.
-Hay algo allí que me está esperando, de seguro; y voy a reunirme con ello, también de seguro. Pero a lo mejor tú eres distinto y la muerte no te está esperando en ningún lado.
Rió de gesto de desesperanza.
-No quiero pensar en eso, don Juan.
-¿Por qué no?
-No tiene caso. Si está allí esperándome, ¿para qué preocuparme por ella?
-Yo no dije que te preocuparas por ella.
-¿Entonces qué hago?
Usarla. Pon tu atención en el lazo que te une con tu muerte, sin remordimiento ni tristeza ni preocupación. Pon tu atención en el hecho de que no tienes tiempo, y deja que tus actos fluyan de acuerdo con eso. Que cada uno de tus actos sea tu última batalla sobre la tierra. Sólo bajo tales condiciones tendrán tus actos el poder que les corresponde. De otro modo serán, mientras vivas, los actos de un hombre tímido.
-¿Es tan terrible ser tímido?
-No. No lo es si vas a ser inmortal, pero si vas a morir no hay tiempo para la timidez, sencillamente porque la timidez te hace agarrarte de algo que sólo existe en tus pensamientos. Te apacigua mientras todo está en calma, pero luego el mundo de pavor y misterio abre la boca para ti, como la abrirá para cada uno de nosotros, y entonces te das cuenta de que tus caminos seguros nada tenían de seguro. La timidez nos impide examinar y aprovechar nuestra suerte como hombres.
-No es natural vivir con la idea constante de nuestra muerte, don Juan.
-Nuestra muerte espera, y este mismo acto que estamos realizando ahora puede muy bien ser nuestra última batalla sobre la tierra -respondió en tono solemne-. La llamo batalla porque es una lucha. La mayoría de la gente pasa de acto a acto sin luchar ni pensar. Un cazador, al contrario, evalúa cada acto; y como tiene un conocimiento íntimo de su muerte, procede con juicio, como si cada acto fuera su última batalla. Sólo un imbécil dejaría de notar la ventaja que un cazador tiene sobre sus semejantes. Un cazador da a su última batalla el respeto que merece. Es natural que su último acto sobre la tierra sea lo mejor de sí mismo. Así es placentero. Le quita el filo al temor.
-Tiene usted razón -concedí-. Sólo que es difícil de aceptar.
-Tardarás años en convencerte, y luego tardarás años en actuar como corresponde. Ojalá te quede tiempo.
-Me asusta que diga usted eso -dije.
Don Juan me examinó con una expresión grave en el rostro.
-Ya te dije: éste es un mundo extraño -dijo-. Las fuerzas que guían a los hombres son imprevisibles, pavorosas, pero su esplendor es digno de verse.
Dejó de hablar y me miró de nuevo. Parecía estar a punto de revelarme algo, pero se contuvo y sonrió.
-¿Hay algo que nos guía? -pregunté.
-Seguro. Hay poderes que nos guían.
-¿Puede usted describirlos?
-En realidad no; sólo llamarlos fuerzas, espíritus, aires, vientos o cualquier cosa por el estilo.
Quise seguir interrogándolo, pero antes de que pudiera formular otra pregunta él se puso en pie. Me le quedé viendo, atónito. Se había levantado en un solo movimiento; su cuerpo, simplemente, se estiró hacia arriba y quedó de pie.
Me hallaba meditando todavía en la insólita pericia necesaria para moverse con tal rapidez, cuando él me dijo, en seca voz de mando, que rastreara un conejo, lo atrapara, lo matara, lo desollase, y asara la carne antes del crepúsculo.
Miró el cielo y dijo que tal vez me alcanzara el tiempo.
Puse automáticamente manos a la obra, siguiendo el procedimiento usado veintenas de veces. Don Juan caminaba a mi lado y seguía mis movimientos con una mirada escudriñadora. Yo estaba muy calmado y me movía cuidadosamente, y no tuve ninguna dificultad en atrapar un conejo macho.
-Ahora mátalo -dijo don Juan secamente.
Metí la mano en la trampa para agarrar al conejo. Lo tenía asido de las orejas y lo estaba sacando cuando me invadió una súbita sensación de terror. Por primera vez desde que don Juan había iniciado sus lecciones de caza, se me ocurrió que nunca me había enseñado a matar animales. En las numerosas ocasiones que habíamos recorrido el desierto, él mismo sólo había matado un conejo, dos perdices y una víbora de cascabel.
Solté el conejo y miré a don Juan.
-No puedo matarlo -dije.
-¿Por qué no?
-Nunca lo he hecho.
-Pero has matado cientos de aves y otros animales.
-Con un rifle, no a mano limpia.
-¿Qué importancia tiene? El tiempo de este conejo se acabó.
El tono de don Juan me produjo un sobresalto; era tan autoritario, tan seguro, que no dejó en mi mente la menor duda: él sabía que el tiempo del conejo había terminado.
-¡Mátalo! -ordenó con ferocidad en la mirada.
-No puedo.
Me gritó que el conejo tenía que morir. Dijo que sus correrías por aquel hermoso desierto habían llegado a su fin. No tenía caso perder tiempo, porque el poder o espíritu que guía a los conejos había llevado a ése a mi trampa, justo al filo del crepúsculo.
Una serie de ideas y sentimientos confusos se apoderó de mí, como si los sentimientos hubieran estado allí esperándome. Sentí con torturante claridad la tragedia del conejo: haber caído en mi trampa. En cuestión de segundos mi mente recorrió los momentos decisivos de mi propia vida, las muchas veces que yo mismo había sido el conejo.
Lo miré y el conejo me miró. Se había arrinconado contra un lado de la jaula; estaba casi enroscado, muy callado e inmóvil. Cambiamos una mirada sombría, y esta mirada, que supuse de silenciosa desesperanza, selló una identificación completa por parte mía.

-Al carajo -dije en voz alta-. No voy a matar nada. Ese conejo queda libre.
Una profunda emoción me estremecía. Mis brazos temblaban al tratar de asir al conejo por las orejas; se movió aprisa y fallé. Hice un nuevo intento y volví a errar. Me desesperé. Al borde de la náusea, patee rápidamente la trampa para romperla y liberar al conejo. La jaula resultó insospechadamente fuerte y no se quebró como yo esperaba. Mi desesperación creció convirtiéndose en una angustia insoportable. Usando toda mi fuerza, pisotee la esquina de la jaula con el pie derecho. Las varas crujieron con estruendo. Saqué el conejo. Tuve un alivio momentáneo, hecho trizas al instante siguiente. El conejo colgaba inerte de mi mano. Estaba muerto.

No supe qué hacer. Quise descubrir el motivo de su muerte. Me volví hacia don Juan. Él me miraba. Un sentimiento de terror atravesó mi cuerpo en escalofrío.
Me senté junto a unas rocas. Tenía una jaqueca terrible. Don Juan me puso la mano en la cabeza y me susurró al oído que debía desollar y asar al conejo antes de terminado el crepúsculo.
Sentía náuseas. Él me habló con mucha paciencia, como dirigiéndose a un niño. Dijo que los poderes que guían a los hombres y a los animales habían llevado hacia mí ese conejo, en la misma forma, en que me llevarán a mi propia muerte. Dijo que la muerte del conejo era un regalo para mí, exactamente como mi propia muerte será un regalo para algo o alguien más.
Me hallaba mareado. Los sencillos eventos de ese día me habían quebrantado. Intenté pensar que no era sino un conejo; sin embargo, no podía sacudirme la misteriosa identificación que había tenido con él.
Don Juan dijo que yo necesitaba comer de su carne, aunque fuera sólo un bocado, para validar mi hallazgo.
-No puedo hacerlo -protesté débilmente.
-Somos basuras en manos de esas fuerzas -me dijo, brusco-. Conque deja de darte importancia y usa este regalo como se debe.
Recogí el conejo; estaba caliente.
Don Juan se inclinó para susurrarme al oído:
-Tu trampa fue su última batalla sobre la tierra. Te lo dije: ya no tenía más tiempo para corretear por este maravilloso desierto.



carlos castaneda

sábado, 14 de noviembre de 2009

dios te ha dado un propósito...



Dios te ha dado un propósito... Quiere que algo sea realizado a través de ti. Tal vez quiera que cantes una canción que nadie más que tú puede hacerlo. Quizá quiera que hagas una danza que sólo tú puedes hacer. Sólo a través de ti puede ofrecer esa danza a la existencia...

La gente hace otras cosas, y cuando llega Dios te encuentra haciendo algo para lo que no has sido enviado, y no ¡para lo que has sido enviado! Este es el único pecado: no hacer aquello que es intrínseco a ti y hacer lo que otros quieren de ti.

Hay mucha gente que trata de imponerte sus historias ... evítalos. Tu padre quiere colocarte sus ilusiones, quiere que seas primer ministro del país. Tu madre quiere que seas un gran doctor, o esto o aquello. Y tus profesores, tus amigos y toda la sociedad también quieren pasarte sus fantasías. Todo el mundo está interesado en ti, porque quieren traspasarte sus deseos. Parace que a nadie le intereses por ti mismo.

Si puedes encontrar a alguien que esté interesado en ti por ti mismo ese es tu Maestro. Este es el criterio, la definición de un Maestro: alguien que no te está imponiendo sus espejismos, que simplemente está interesado en ayudarte a ser lo que puedas ser. No te conduce por ningún camino, únicamente te nutre, te sustenta, para que puedas tomar cualquier dirección que te llegue de manera natural; que no te recorta, que simplemente te pone fertilizantes en las raíces, para que si quieres crecer hacia el norte o hacia el sur, o quieres elevarte alto hasta el cielo, o quieres ser un arbusto grueso, que seas lo que quieras ser. Un Maestro no es más que una presencia benévola, es nutrición. No te guía para que seas esto o aquello, lo único que hace es ayudarte a ser eso que está oculto dentro de ti.


el significado oculto de los evangelios, osho

viernes, 13 de noviembre de 2009

la alegoría del carruaje



Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
—Salí a la calle que hay un regalo para vos.
Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.
Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: “¡Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué lindo...” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.
Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:
—¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
—Le faltan los caballos —me dice antes que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo —pienso—, por eso me parece aburrido...
—Cierto —digo yo.
Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro grito:
—¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.
Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de na-da; los caballos me arrastran a donde ellos quieren.
Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.
Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
En ese momento, veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto:
—¡Qué me hizo!
Me grita:
—¡Te falta el cochero!
—¡Ah! —digo yo.
Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar a un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.
Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron.
Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir.
Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.
Yo... Yo disfruto del viaje





Esta pequeña alegoría debería servirnos para entender el concepto holístico del ser.
Hemos nacido, salido de nuestra “casa” y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo. Un carruaje diseñado especialmente para cada uno de nosotros. Un vehículo capaz de adaptarse a los cambios con el paso del tiempo, pero que será el mismo durante todo el viaje.
A poco de nacer, nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje —el cuerpo— no serviría para nada si no tuviese caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.
Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llevaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es cuando aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente. Ese cochero manejará nuestro mejor tránsito.
Hay que saber que cada uno de nosotros es por lo menos los tres personajes que intervienen allí.
Vos sos el carruaje, sos los caballos y sos el cochero durante todo el camino, que es tu propia vida.
La armonía deberás construirla con todas estas partes, cuidando de no dejar de ocuparte de ninguno de estos tres protagonistas.
Dejar que tu cuerpo sea llevado sólo por tus impulsos, tus afectos o tus pasiones puede ser y es sumamente peligroso. Es decir, necesitás de tu cabeza para ejercer cierto orden en tu vida.
El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos. No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje.
Obviamente, tampoco podés descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el trayecto. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje.
Recién cuando puedo incorporar esto, cuando sé que soy mi cuerpo, mi dolor de cabeza y mi sensación de apetito, que soy mis ganas y mis deseos y mis instintos; que soy además mis reflexiones y mi mente pensante y mis experiencias...

Recién en ese momento estoy en condiciones de empezar, equipado, este camino, que es el que hoy decido para mí.


jorge bucay

jueves, 12 de noviembre de 2009

hojas de ruta


Seguramente hay un rumbo
posiblemente
y de muchas maneras
personal y único.

Posiblemente haya un rumbo
seguramente
y de muchas maneras
el mismo para todos.

Hay un rumbo seguro
y de alguna manera posible.

De manera que habrá que encontrar ese rumbo y empezar a recorrerlo. Y posiblemente habrá que arrancar solo y sorprenderse al encontrar, más adelante en el camino, a todos los que seguramente van en la misma dirección.
Este rumbo último, solitario, personal y definitivo, sería bueno no olvidarlo, es nuestro puente hacia los demás, el único punto de conexión que nos une irremediablemente al mundo de lo que es.
Llamemos al destino final como cada uno quiera: felicidad, autorrealización, elevación, iluminación, darse cuenta, paz, éxito, cima, o simplemente final... lo mismo da. Todos sabemos que arribar con bien allí es nuestro desafío.
Habrá quienes se pierdan en el trayecto y se condenen a llegar un poco tarde y habrá también quienes encuentren un atajo y se transformen en expertos guías para los demás.
Algunos de estos guías me han enseñado que hay muchas formas de llegar, infinitos accesos, miles de maneras, decenas de rutas que nos llevan por el rumbo correcto. Caminos que transitaremos uno por uno.
Sin embargo, hay algunos caminos que forman parte de todas las rutas trazadas.
Caminos que no se pueden esquivar.
Caminos que habrá que recorrer si uno pretende seguir.
Caminos donde aprenderemos lo que es imprescindible saber para acceder al último tramo.

Para mí estos caminos inevitables son cuatro:

1.-El camino del encuentro definitivo con uno mismo, que yo llamo
El camino de la Autodependencia.

2.-El camino del encuentro con el otro, del amor y del sexo, que llamo
El camino del Encuentro.

3.-El camino de las pérdidas y de los duelos, que llamo
El camino de las Lágrimas.

4.-Y el camino de la completud y de la búsqueda del sentido, que llamo
El camino de la Felicidad.

A lo largo de mi propio viaje he vivido consultando los apuntes que otros dejaron de sus viajes y he usado parte de mi tiempo en trazar mis propios mapas del recorrido.
Mis mapas de estos cuatro caminos se constituyeron en estos años en hojas de ruta que me ayudaron a retomar el rumbo cada vez que me perdía.
Quizás estas Hojas de Ruta puedan servir a algunos de los que, como yo, suelen perder el rumbo, y quizás, también, a aquellos que sean capaces de encontrar atajos. De todas maneras, el mapa nunca es el territorio y habrá que ir corrigiendo el recorrido cada vez que nuestra propia experiencia encuentre un error del cartógrafo. Sólo así llegaremos a la cima.

Ojalá nos encontremos allí.
Querrá decir que ustedes han llegado.
Querrá decir que lo conseguí también yo.


jorge bucay

miércoles, 11 de noviembre de 2009

cuando se aleja la muerte, la vida no regresa... hay que ir a buscarla




"Se dirigió entonces hacia ellos, con la cabeza baja, para hacerles ver
que estaba dispuesto a morir. Y entonces vio su reflejo en el agua:
el patito feo se había transformado en un soberbio cisne blanco... "
Hans Christian Andersen (1805-1875)
El patito feo



Nací a la edad de 25 años, con mi primera canción.
¿Y antes?
Me debatía.

Il nefaut jamáis revenir
Au temps caché des souvenirs...
Ceux de l'enfance vous déchirent.

(Jamás hay que regresar
Al oculto tiempo del recordar...
La memoria de la infancia te ha de desgarrar. )

El instante fatal en el que todo cambia corta nuestra historia en dos pedazos.
¿Y antes?
Tuve que callarme para sobrevivir. Porque ya hace tiempo que estoy muerta, perdí la vida en otra época, pero me he librado; la prueba es que soy cantante.
¿Librado? Así que hay una prisión, un lugar cerrado del que puede uno evadirse.
¿La muerte no es un sitio sin salida?

Cuando uno está muerto y surge el oculto tiempo de los recuerdos

Genet tiene siete años. La seguridad social lo ha entregado en custodia a dos campesinos de la región de Morvan: «Yo morí siendo un niño. Llevo en mí el vértigo de lo irremediable... El vértigo del antes y el después, de la alegría y la recaída, de una vida que apuesta a una sola carta... ».

Un simple acontecimiento puede provocar la muerte, basta con muy poco. Pero cuando se regresa a la vida, cuando se nace una segunda vez y surge el oculto tiempo del recordar, entonces el instante fatal se vuelve sagrado. La muerte jamás es una muerte ordinaria. Abandonamos lo profano cuando nos codeamos con los dioses, y al regresar con los vivos, la historia se transforma en mito. Primero morimos: «Terminé por admitir que me había muerto a la edad de nueve años... Y el hecho de aceptar la contemplación de mi asesinato equivalía a convertirme en un cadáver». Después, «cuando para mi completo asombro, la vida comenzó a alentar de nuevo en mí, me quedé muy intrigada por el divorcio entre la melancolía de mis libros y mi capacidad para la dicha».

La salida que nos permite revivir, ¿sería entonces un paso, una lenta metamorfosis, un prolongado cambio de identidad? Cuando uno ha estado muerto y ve que la vida regresa, deja de saber quién es. Es preciso descubrirse y ponerse a prueba para probarse que uno tiene derecho a la vida.
Cuando los niños se apagan porque ya no tienen a nadie a quien querer, cuando un significativo azar les permite encontrar a una persona -basta con una- capaz de hacer que la vida regrese a ellos, no saben ya cómo dejar que su alma se reconforte. Entonces se manifiestan unos comportamientos sorprendentes: corren riesgos exagerados, inventan escenarios para sus ordalías, como si deseasen que la vida les juzgase y lograr de este modo su perdón.

Un día, el niño Michel consiguió escapar del sótano al que le arrojaba su padre tras darle una paliza. Al salir al exterior, le extrañó no sentir nada. Se daba perfecta cuenta de que el buen tiempo hacía que la gente sonriese, pero en lugar de compartir su dicha, se sentía extrañado por su propia indiferencia. Una vendedora de frutas fue la encargada de reconfortar al niño. Le ofreció una manzana y, sin que llegase siquiera a pedírselo, le permitió jugar con su perro. El animal se mostró de acuerdo y Michel, en cuclillas bajo las cajas de frutas, inició una afectuosa riña. Tras unos cuantos minutos de gran deleite, el muchacho sintió una mezcla de felicidad y crispación ansiosa. Los coches corrían por la calzada. El niño decidió rozarlos como roza el torero los cuernos del toro. La frutera le lanzó mil denuestos y le quiso corregir llenándole la cabeza con unas explicaciones tan racionales que en nada se correspondían con lo que sentía el niño.

«Conseguí superarlo», dicen con asombro las personas que han conocido la resiliencia, cuando tras una herida, logran aprender a vivir de nuevo. Sin embargo, este paso de la oscuridad a la luz, esta evasión del sótano o este abandono de la tumba, son cuestiones que exigen aprender a vivir de nuevo una vida distinta.
El hecho de abandonar los campos no significó la libertad. Cuando se aleja la muerte, la vida no regresa. Hay que ir a buscarla, aprender a caminar de nuevo, aprender a respirar, a vivir en sociedad. Uno de los primeros signos de la recuperación de la dignidad fue el hecho de compartir la comida. Había tan poca en los campos que los supervivientes devoraban a escondidas todo lo que podían encontrar. Cuando los guardianes de la mazmorra huyeron, los muertos en vida dieron unos cuantos pasos en el exterior, algunos tuvieron que deslizarse bajo las alambradas porque no se atrevían a salir por la puerta y después, una vez constatada la libertad por haber palpado el exterior, volvieron al campo y compartieron unos cuantos mendrugos para demostrarse a sí mismos que se disponían a recuperar su condición de hombres.
El fin de los malos tratos no representa el fin del problema. Encontrar una familia de acogida cuando se ha perdido la propia no es más que el comienzo del asunto: «Y ahora, ¿qué voy a hacer con esto?». El hecho de que el patito feo encuentre a una familia de cisnes no lo soluciona todo. La herida ha quedado escrita en su historia personal, grabada en su memoria, como si el patito feo pensase: «Hay que golpear dos veces para conseguir un trauma». El primer golpe, el primero que se encaja en la vida real, provoca el dolor de la herida o el desgarro de la carencia. Y el segundo, sufrido esta vez en la representación de lo real, da paso al sufrimiento de haberse visto humillado, abandonado. «Y ahora, ¿qué voy a hacer con esto? ¿Lamentarme cada día, tratar de vengarme o aprender a vivir otra vida, la vida de los cisnes?


los patitos feos, boris cyrulnik

martes, 10 de noviembre de 2009

arcángel jofiel-rayo amarillo


¡Oh! Sabio, radiante, esplendente,

amado Arcangel Jofiel, nuestras mentes

y corazones estan avido de penetrar en

los laberintos insondables, misteriosos de

la sublime ciencia del conocimiento de la

divinidad, de la potestad, del espíritu del

Señor Dios que nos creó, que nos guía

y nos ama desde la cuna al ataúd.

Tu, amadisimo Arcángel Jofiel, ilumina

nuestra senda con la luz de la eterna

sabiduría, líbranos de la amenaza de la duda

y la incomprensión, nutre nuestro espíritu con

la cuota indispensable de sabiduría que nos

conduzca seguros al edén prometido a los justos.

Amén.

lunes, 9 de noviembre de 2009

todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo




Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo;

su tiempo el nacer, y su tiempo el morir;

su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado.

Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar;

su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar.

Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír;

su tiempo el lamentarse y su tiempo el danzar.

Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas;

su tiempo elabrazarse, y su tiempo el separarse.

Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder;

su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar.

Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser;

su tiempo el callar, y su tiempo el hablar.

Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar;

su tiempo la guerra, y su tiempo la paz.



eclesiastés


domingo, 8 de noviembre de 2009

un guerrero es transparente



Porque su cuerpo y su espíritu son una extraña amalgama de estrellas, agua y sabiduría, un Guerrero es transparente. Si miras sus ojos podrás verte reflejado en ellos. A la vez, podrás ver muy profundo en su interior. Nada hay que te impida el paso. Porque se conoce a sí mismo, permite a todos entrar y cobijarse en él. Sabe que en definitiva nada puede hacerle daño. Por ello se abre a los demás como la mariposa que, luego de ser crisálida, despliega sus alas por primera vez. Y, suavemente, el Guerrero demuestra la grandeza y la inocencia que los hombres comunes han perdido.


lucas estrella schultz

sábado, 7 de noviembre de 2009

si...


Si puedes conservar tu cabeza, cuando a tu rededor
todos la pierden y te cubren de reproches;
si puedes tener fe en tí mismo cuando duden de ti
los demas hombres y ser indulgente para su duda;
si puedes esperar y no sentirte cansado con la espera,
si puedes siendo blanco de falsedades no caer en la mentira;
Y si eres odiado, no devolver el odio, sin que te creas por eso, ni demasiado bueno, ni demasiado cuerdo…

Si puedes soñar sin que los sueños imperiosamente te dominen;
si puedes pensar, sin que los pensamientos sean tu objetivo único;
si puedes encararte con el triunfo y el desastre
y tratar de la misma manera a estos dos impostores;
si puedes aguantar, que a la verdad por ti expuesta
la veas retorcida por los picaros
para convertirla en lazos de los tontos,
o contemplar que las cosas a que diste tú vida
se han deshecho y agacharte y construirlas de nuevo,
aunque sea con gastados instrumentos…

Si eres capaz de juntar, en un solo haz, todos los triunfos y ganancias;
y arriesgarlos a cara o cruz, en una sola vuelta,
y si perdieras, empezar otra vez como cuando empezaste.
Y nunca mas exhalar una palabra sobre la pérdida sufrida,
si puedes obligar a tu corazón, a tus fibras y a tus nervios,
a que te obedezcan aún después de haber desfallecido
Y que así se mantengan, hasta que en ti no haya otra cosa que la voluntad gritando: PERSISTIR ES LA ORDEN.

Si puedes hablar con multitudes y conservar tu virtud
o alternar con reyes y no perder tus comunes rasgos;
si nadie, ni enemigos ni amantes amigos pueden causarte daño,
si todos los hombres pueden contar contigo,
pero ninguno demasiado;
si eres capaz de llenar el inexorable minuto
con el valor de los sesenta segundos de la distancia final;
tuya será la Tierra y cuanto ella contenga
y -lo que aún más vale- serás un Hombre, hijo mío.


rudyard kipling

viernes, 6 de noviembre de 2009

el poder



Una vez que el guerrero ha conseguido vence a sus dos primeros enemigos, el miedo y la claridad, ha alcanzado el poder. Pero este poder se convierte de inmediato en el tercer y más temido enemigo, contra el que tendrá también que luchar y vencer si quiere continuar en el camino del conocimiento.

Como ya ha vencido al miedo y posee la claridad, el poder es apenas perceptible, por lo que es frecuente que no sea consciente de que este tercer enemigo se cierne sobre él. En este caso, tiene la batalla perdida de antemano, puesto que el poder lo habrá transformado en un ser cruel y caprichoso.

Dice don Juan que “un hombre vencido por el poder muere sin saber realmente cómo manejarlo. El poder es sólo un carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio de si mismo, ni puede decir cómo ni cuándo usar su poder”.

Pero una de las características de un verdadero guerrero es que nunca se da por vencido, así que sigue luchando para volverse una persona de conocimiento y mientras lucha sigue en el camino, tan sólo está vencido cuando ya no hace la lucha y se abandona. Si se rinde a alguno de sus enemigos nunca los conquistará, porque se asustará de aprender y no volverá a hacer la prueba. Pero si trata de aprender durante años, en medio de sus enemigos, terminará conquistándolos porque nunca se habrá abandonado a ellos en realidad.

Afirma don Juan que para vencer al poder “tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento, y con fe todo lo que ha aprendido. Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará a un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer enemigo”.

Conquista a los demás y tendrás poder, conquístate a ti mismo y estarás en el camino.


black eagle, el aprendiz de brujo

jueves, 5 de noviembre de 2009

la claridad




Don Juan sigue hablando a Castaneda sobre los enemigos del guerrero. Dice que una vez que se ha conquistado el miedo, se está libre de él por el resto de la vida, porque a cambio del miedo se ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, uno ya conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El aprendiz siente que nada está oculto.

Y así ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la claridad! Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega. Le fuerza a no dudar nunca de sí. Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad. Pero todo eso es un error; es como si viera algo claro pero incompleto. Si el aprendiz se rinde a esa ilusión de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.

Si esto ocurre, su segundo enemigo ha parado en seco sus intentos de hacerse guerrero de conocimiento; en vez de eso, puede volverse un impetuoso, o un payaso. Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.

Para evitar la derrota debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error. Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto delante de sus ojos. Y así habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión. No será solamente un punto delante de sus ojos. Ése será el verdadero poder.

Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: ¡el poder!



black eagle, el aprendiz de brujo