martes, 28 de julio de 2009
el arribo de la nave
Almustafá, el elegido y el amado, que era un amanecer en su propio día, esperó durante doce años en la ciudad de Orfalis el arribo de la nave que había de conducirle de regreso a su isla natal.
Y en el año decimosegundo, el día séptimo de Ailul, mes de la cosecha, escaló la colina, cercana a las murallas de la ciudad, y contempló el mar; y columbró su nave surgiendo de entre la niebla.
Entonces se abrieron las puertas de su corazón, y su alegría se desbordó y escapó volando por encima del mar. Cerró los ojos y rezó en el silencio de su alma.
Pero mientras bajaba la colina, le invadió la melancolía, y pensó allá en el fondo de su corazón: ¿Cabe partir en paz y sin tristeza? Imposible, no es concebible abandonar esta ciudad sin que mi alma quede desgarrada.
Infinitos son los días transcurridos entre sus murallas, y eternas las noches de soledad; y ¿quién es el mortal capaz de separarse de su dolor y soledad sin sentir entristecida el alma? Son innumerables las partículas de espíritu diseminadas por estas calles, e innumerables los hijos de mi afecto que deambulan desnudos por entre estas colinas, ¿cómo, pues, alejarme de ellos sin experimentar la opresión del dolor!
No es una simple prenda de vestir de lo que me privo en este día, sino la propia piel que desgarro con mis manos.
No es tan solo un pensamiento lo que queda trás de mí, sino todo un corazón dulcificado por el hambre y la sed.
Mas no puedo postergar por más tiempo mi partida.
La mar, que requiere para sí todas las cosas, me reclama, y debo zarpar.
Pues quedarse, aunque las horas ardan en la noche, es congelarse, cristalizarse y quedar confinado en un molde.
Nada me sería más placentero que llevar conmigo todo cuanto hay aquí, más ¿cómo hacerlo? Una voz no puede cargar la lengua y los labios que le dieron alas. Debe ir sola en busca del éter. Y solitaria y sin nido volará el águila de cara al sol. Y una vez en la falda de la colina, volvió su vista de nuevo hacia el mar, donde su nave se acercaba al puerto, y en su proa, los marineros, todos ellos hombres de su misma tierra.
Y desde el fondo de su alma les vociferó: ¡Hijos de mí provecta madre, vosotros jinetes sobre las olas! ¡Cuán a menudo habéis circunnavegado en mis sueños! ¡Y ahora arribáis a mí en el despertar del más hondo de mis sueños! Preparado estoy para partir, y mi anhelo al igual que las velas desplegadas, tan sólo al viento aguarda. Tan sólo un aliento más emitiré en esta atmósfera sosegada, tan sólo lanzar‚ otra mirada plena de amor hacia atrás. Y luego me uniré a vosotros para ser uno más entre los marineros. Y tú, extenso mar, cual madre en vela. Unico refugio apacible para los ríos y los arroyos. Un meandro más tendrá tan solo este torrente, solamente un último murmullo en su recorrido. Y luego me acogeré‚ a ti cual una solitaria gota infinita en un océano sin límites.
Y en tanto caminaba vio como en la lontananza hombres y mujeres abandonaban sus campos y se apresuraban hacia las puertas de la ciudad. Y a sus oídos llegaron sus voces que le llamaban por su nombre, y a gritos, de una campiña a otra, se comunicaban el arribo de la nave.
Y entonces se dijo para si: ¿Será el día mismo de la partida el de la reunión? Y se proclamará que mi ocaso fue en realidad mi aurora? Y cómo gratificar‚ a aquel que ha dejado su arado a medio surco, o a aquel que ha detenido la rueda de su Iagar? ¿Alcanzará mi corazón a transformarse en árbol pletórico de frutos para que yo pueda distribuirlos entre ellos? Y manarán mis deseos cual agua de manantial para hacer posible colmar sus copas? ¿Seré un arpa que la mano del Todopoderoso taña, o flauta a través de la cual su aliento pueda pasar? Soy un buscador de silencio, ¿pero he encontrado acaso tesoro alguno en los silencios que pueda ofrendarlo con confianza? Si este es el día de recolectar mi cosecha ¿en cuáles campos he arrojado la semilla, y en qué períodos me he olvidado? Si en realidad la hora de alzar mi farol comunicante ha llegado, no será mi fuego el que arda en su interior. Apagado y oscuro levantaré‚ mi farol. Y no seré el guardián de la noche quien lo llenará de aceite y quien lo prenda. Esto fue lo que dijo con palabras, pero muchas otras quedaron en el recóndito fondo de su corazón, porque ni él mismo podía expresar el más hondo de sus secretos.
Y a su entrada en la ciudad, el pueblo en pleno salió al encuentro y le aclamó como una sola voz. Y los ancianos de la ciudad se le acercaron y le dijeron: “No te alejes todavía de nosotros. Has sido para nosotros como una culminación luminosa en nuestro crepúsculo, y tu juventud nos ha suministrado material para soñar. No eres un extraño entre nosotros, ni un huésped, sino nuestro hijo bienamado. No permitas que sufran nuestros ojos de hambre por tu rostro.”
Y los sacerdotes y las sacerdotisas le dijeron: “No permitas que nos alejen las olas de la mar, y que los años que has estado entre nosotros se transformen tan sólo en un recuerdo. Has convivido entre nosotros como un espíritu, y tu sombra ha sido luz que ha alumbrado nuestros rostros. Mucho es lo que te hemos amado. Mas fue el nuestro un amor sin palabras, y con los velos quedó cubierto. Sin embargo, ahora viene a llamarte y se yergue para quedar desvelado ante ti. Y siempre ha acontecido que el amor desconoce su propia profundidad hasta que llega la hora de la separación.”
Y otros más acudieron y le suplicaron.
Pero para todos tuvo la misma negativa por respuesta.
Se limitó a bajar la cabeza, y aquellos que estaban próximos a él vieron que sus lágrimas le caían sobre su pecho. Y él y el pueblo tomaron el camino que conducía hasta la amplia plaza que se encontraba frente al templo.
Y una vez allí vieron salir del santuario a una mujer que era conocida por Almitra.
Y esta mujer era Sibila. Almustafá la contempló con infinita ternura, ya que había sido la primera persona en buscarle y creer en él tan sólo al principio del día de su arribo a la ciudad. Y ella le saludó diciendo: “Profeta de Dios, en busca de lo infinito, llevas largo tiempo explorando las distancias para ver el arribo de tu nave. Ahora ha llegado ya y tu sino es partir. Hondos son tus anhelos por volver a la tierra de tus recuerdos, a ese lugar donde moran tus mayores deseos. Nuestro amor sería incapaz de sujetarte y nuestras necesidades no podrían retenerte. Con todo, antes de que nos abandones, te suplicamos que nos hables para explicarnos algo de tu verdad. Y esa verdad tuya ser transmitida a nuestros hijos, y éstos harán lo mismo con los suyos para que no fenezca. En tu soledad has permanecido en vela con nuestros días, y en tus vigilias has oído el llanto y la risa de nuestro sueño. Por todo ello te pedimos ahora que descubras lo que existe dentro de nosotros, y nos digas aquello que te haya sido revelado acerca de lo que hay entre el nacimiento y la muerte.”
Y él así dijo: Pueblo de Orfalis, ¿de qué puedo hablarte a no ser de aquello que aún se agita dentro de tu alma?
el profeta, gibrán kalhil gibrán