viernes, 3 de junio de 2011

el simbolismo del ermitaño





Tradicionalmente el nombre de esta carta del Tarot aparece escrito con “H“, debido a un juego de palabras entre “Ermitaño“, persona que vive en soledad, y “Hermes“, sabio filósofo y alquimista a quien se considera iniciador de la Ciencia Hermética u Oculta. El Ermitaño es el símbolo del Tarot que representa la Búsqueda del Saber. Para nosotros, esta carta representa a la perfección a San Antonio Abad.
En una noche, un anciano de barba blanca se cubre con una amplia capa de peregrino que tiene una larga capucha. La edad del anciano denota su autoridad y experiencia. Levanta con la mano derecha un farol, para que la tenue luz que desprende ilumine lo más lejos posible su camino. Con la mano izquierda agarra un grueso bordón con el que se apoya y tantea el camino en la obscuridad. Así, con esa ayuda, va avanzando con paso incierto por el camino. Tradicionalmente, un movimiento de derecha a izquierda como el que realiza el Ermitaño se considera que es de vuelta al origen. Parece por tanto como si el anciano estuviera realizando un camino de vuelta, un retroceso en medio de las tinieblas, tratando de volver al lugar de origen de su partida.

Cuando el paso del tiempo y la acumulación de experiencias ha atemperado su espíritu, y cansado de ver mundo, el anciano comienza a plantearse qué ha sido de su vida. El hombre siempre ha buscado en las estrellas la orientación de la ruta a seguir. Cuando no puede ver las señales del cielo, tiene que orientarse sólo con la luz de su inteligencia, tratando de encontrar respuestas a su propia ignorancia.

Hasta finales del siglo XV el Ermitaño llevaba un reloj de arena, ya que se le consideraba una representación del Padre Tiempo o Saturno, dios del tiempo; después se cambió el reloj por una lámpara, ya que se asoció al Ermitaño con Diógenes, el filósofo cínico griego que según la leyenda vagabundeaba en pleno día con una lámpara encendida “buscando a un hombre”. En el tarot de Marsella y otros, la lámpara queda parcialmente cubierta por el manto del Ermitaño; pero en su tarot Waite hace que la lámpara quede totalmente al descubierto; ya que, según este experto, la sabiduría, luz del mundo, no es un atributo exclusivo del anciano; él nos la muestra como diciendo “donde yo estoy, tú también puedes estar”. En el interior de la lámpara observamos la estrella salomónica de seis puntas, símbolo por excelencia de sabiduría y perfección, y la fusión de dos triángulos, el de Agua y el de Fuego, la sabiduría inconsciente y la consciente respectivamente; ya que el Ermitaño, nos dice Waite, lejos de representar los misterios ocultos, representa la protección libre y abiertamente otorgada por los misterios Divinos a aquellos que buscan la Sabiduría.

En la otra mano el Ermitaño lleva su bastón o báculo, de color amarillo solar. Aparte de ser su apoyo, es una varita mágica que le pone en contacto con la tierra y la realidad, evitando que su sabiduría y ascetismo le aleje de ella, y le ayuda a defenderse de modo práctico en la vida. Porque el sabio verdadero, aunque se aísle de la locura del mundo, no se aísla del mundo mismo, y sabe desenvolverse en él. Subido en la elevación, que representa la altura espiritual del hombre sabio, el Ermitaño nos muestra como se puede vivir espiritualmente sin alejarse del mundo, haciendo de nuestra propia alma un retiro e iluminando a otros con nuestra sabiduría.
El hombre tiene sed de conocimientos, pero su ciencia, como la linterna con su luz, sólo hacen retroceder un pequeño trecho a las tinieblas que nos rodean. Y tampoco vale de mucha ayuda la experiencia, representada aquí en el bordón de peregrino que permite ir palpando el camino. La experiencia no es útil para aplicarla a problemas de la vida, pues la adquirimos en determinadas situaciones que nos surgieron en nuestro camino y que posiblemente no se repetirán, y siempre somos reacios a aprovechar la experiencia ajena. La ausencia de luna hace la noche terriblemente oscura y hace aún más desolador el esfuerzo de hallar el camino.

Siempre tenemos presentes las tres grandes preguntas filosóficas: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?. Muchos dejan de buscar la respuesta a estas preguntas y simplemente se dejan arrastrar por los acontecimientos; otros tratan de avanzar por el camino iniciático del Conocimiento con la ayuda del estudio, la inteligencia y la experiencia. Sin embargo éstos tampoco llegarán nunca a cubrir su meta, pero es el hecho de ir avanzando por el camino lo que les calma su inquietud. Lo realmente importante no es llegar, sino peregrinar. Peregrinar es buscar nuestro propio fantasma en los repliegues más profundos de nuestro ser.

La peregrinación es una imagen del viaje que todos realizamos, que es la propia vida.
Por último están los que después de haber recorrido un trecho del camino tratan de volver a los orígenes, retroceder el camino andado con el fin de entender el porqué de las cosas; esta postura caracteriza al intelectual, a los que siempre están en una situación de expectativa crítica y de duda. La falta de la luz de luna potencia las tinieblas de la noche, haciendo sentir los miedos y terrores más primarios.
Para protegerse, el Ermitaño se cubre con una pesada capa que le aísla del mundo exterior, tanto de los riesgos como del frío o del ataque de las fieras, como de los afectos; esto hace del Ermitaño un ser solitario, aunque viva en una gran ciudad y esté inmerso en un entorno familiar y profesional.

En todo momento, el Ermitaño se prepara serenamente para llegar al final del camino, para afrontar el fin inevitable de todo ser humano. Y lo que le mantiene siempre en movimiento es la búsqueda interminable de la Verdad.