jueves, 9 de junio de 2011

mirar hacia adentro




La flor del loto es el símbolo de la meditación. Simboliza la pureza. En sánscrito meditación es Dhyana. Dhyana significa mirar hacia adentro.

Dhyana es una experiencia subjetiva. Es difícil describirla en palabras, pues son inadecuadas para esta tarea. Dhyana es como un sueño profundo, pero diferente. La serenidad del sueño profundo es una consecuencia del olvido inconsciente de la identidad e individualidad propias, mientras que en la meditación la serenidad que se obtiene es totalmente consciente. El que practica es un observador de lo que sucede. El tiempo cronológico o psicológico no existe ni en el sueño profundo ni en la meditación.

La clave de la técnica de meditar está en mantener el cerebro como un observador pasivo. Yama, Niyama, Asanas y Pranayama preparan el cuerpo y la mente para una meditación exitosa.

A través de la meditación uno se libera de la tiranía de los sentidos. La mente nos lleva a la esclavitud o a la libertad. Una mente no entrenada vuela en todas las direcciones.

La meditación debe comenzar por el cuerpo. Es el vehículo del Yo que si no es controlado en sus deseos impide la verdadera meditación. Esto lo sabían nuestros antepasados, pero los modernos charlatanes de la espiritualidad ignoran el cuerpo. Ignorar el cuerpo nace de la ignorancia del cuerpo, y por ende, del alma. El cuerpo no puede ser ignorado. Una picada de mosquito, un dolor de estómago, una nariz cuando estamos resfriados, nos hace llevar nuestra conciencia hacia esos problemas y lo sublime se confunde con lo ridículo.

Un cuerpo letárgico engendra una mente letárgica. ¿Has tratado de acallar tu cuerpo, nervios y emociones? Los Yoga Sutras de Patanjali no empiezan con lo esotérico, sino que con lo mundano: “Elige un lugar libre de insectos, ruidos y malos olores, coloca una estera en el suelo y siéntate sobre ella”. La elección del momento también es importante –antes del amanecer o después de la puesta del sol.

La postura del cuerpo es fundamental. La conciencia desde adentro de cada poro de nuestro cuerpo al hacer los diferentes Asanas es en sí una meditación. Es como encender millones de ojos espirituales. La mente impregna el cuerpo, pero al mismo tiempo permanece observadora; el cuerpo se transforma en mente, pero al mismo tiempo se mantiene extremadamente alerta en su calidad de cuerpo. Así mente y materia se fusionan en el dinamismo de la energía pura, que es activa y no se consume; es creativa sin llegar al cansancio. Los Asanas no son solo importantes porque refuerzan los nervios, pulmones y otras partes del cuerpo, sino que también por su rol en la meditación: Son el vehículo de la meditación en acción.

La postura clásica para la meditación es Padmasana (postura de loto). En esta postura la columna está derecha y firme. Cuando los antepasados aconsejaron “Siéntate en cualquier postura cómoda, pero con la columna derecha”, pensaron por cierto, que sentarse con los hombros caídos y la columna doblada no servía, pues una postura así induce el sueño y la somnolencia nada más ajeno a la meditación.

La meditación no hace que la mente se embote, por el contrario. En meditación la mente está calma, pero afilada como navaja, silenciosa, pero vibrante de energía. Este estado no puede conseguirse sin una postura firme y estable en la que la columna asciende y la mente desciende disolviéndose en la conciencia del corazón, donde mora el verdadero Yo. Todo el cuerpo, lejos de ser ignorado, participa de este despertar espiritual. Una columna recta crea intensidad espiritual de concentración y quema los pensamientos y el rumiar constante sobre el pasado y el futuro, quedándonos en el presente puro y virginal.

En Dhyana o meditación, los ojos están cerrados y la cabeza se mantiene en alto. La piel facial está relajada y desciende. El cerebro esta libre del control de los sentidos. Los ojos, oídos y la raíz de la lengua están pasivos y la conciencia pasa de la parte frontal del cerebro que es activa y agresiva a la tranquila y observadora parte posterior del cerebro. Las palmas están juntas frente al pecho ejerciendo una ligera presión una contra la otra. Esta clásica forma de orar no es solo simbólica sino que también práctica. Simbólicamente las palmas saludan al Señor que está dentro de nosotros. La mente es arrastrada a entregarse. Esta entrega aumenta la intensidad de la concentración. Las manos se mantienen juntas por el magnetismo del cuerpo humano. La mayor o menor presión de las palmas es el instrumento para medir cuan alerta uno está y al mismo tiempo sirve para medir el grado de independencia que tenemos de nuestros pensamientos. El exacto equilibrio de las corrientes eléctricas del cuerpo también puede ser medido por medio de las palmas. Si ambas palmas ejercen, una contra otra, la misma presión, el cuerpo y la mente están en equilibrio y armonía.
Yoga es perfecta armonía.