jueves, 11 de agosto de 2011
los grandes dones se cosechan tardíamente
Se sospecha que Saturno, conocido como el cosechador porque nos obliga afirmar nuestro espíritu y advertir cuáles son nuestros dones, nos ayuda a tener una claridad absoluta sobre quiénes somos y cuál es el propósito de nuestra vida. Cuando lo descubrimos, el cambio se transforma en algo más que un mero suceso que debemos afrontar. No es algo aleatorio que nos quita el aliento o nos deja consternados. Por el contrario, nos ofrece el próximo paso, el siguiente desafío, el próximo acto purificador de nuestro espíritu.
Existe un antiguo refrán chino que dice que los grandes dones se cosechan tardíamente. Aunque a mis 28 años sabía muchas de las cosas que sé ahora, me ha llevado todo este tiempo fortalecer mi ser interior, desarrollar mi carácter, aprender a mantenerme despierta sola, apoyarme a mí misma y afrontar la vida. Tener cualquier tipo de talento también significa desarrollar todas las aptitudes protectoras necesarias para dejarlo florecer. Ya ha pasado un ciclo completo de Saturno, hoy tengo 56 años.
Aprender a decir que no cuando algo no me parecía bien, insistir en considerar una y otra vez algún tema especial, protestar cuando sentía que me estaban manipulando o que se estaban aprovechando de mí, aprender a apartarme cuando comprendía que algo o alguien iba a agotarme o extenuarme, estos pasos han creado un escudo protector para mi suave, absorbente y sensible interior que a menudo era frágil y luchaba con las relaciones. Aprendí a honrarme a mí misma, a reconocer que mi proceso era único y que por momentos no sintonizaba con el de mis amigos ni con mis obligaciones laborales, y también a animarme yo misma para acometer alguna tarea que requería más agallas de las que yo pensaba tener.
Honrar nuestra profunda naturaleza interior es la forma de identificar el lecho de rocas inmodificable de nuestro ser, esa parte de nosotros mismos que no cambia ni se altera independientemente de lo que suceda o de lo nosotros hagamos. Esa parte es una fuerza estable y constante que no permitirá que las olas del cambio nos apabullen ni nos traicionen cuando no somos perfectos. Esa es la parte de nosotros mismos que nunca cambia que siempre ha sido y será sin ningún cuestionamiento. Es eterna, no negociable y está siempre de nuestra parte. Desafía los valores o ideas que se ponen de moda o que están fuera de moda y nunca se altera. Es el Ser inmutable que todo lo sabe y de todos se ocupa. Los cambios de vida nos ponen en contacto con esa parte que denomino el Ser.
Ahora los cambios ya no me asustan como solían hacerlo. Ahora acepto que forman parte del proceso continuo con el que estoy comprometida. Me he reconciliado con la idea de que son inevitables, pero también con que hay algo que es permanente en mí. Cualquiera sea el cambio que se produzca en mi vida, esa parte que es permanente, siempre estará allí iluminando el camino hacia adelante a través de infinitas dimensiones de la realidad. La vida me ha enseñado que no podemos resistirnos a su misterio ni ocultar nuestros dones. Acercarse a la luz y estar a gusto con quien en realidad somos, aceptando nuestros dones al mismo tiempo que nuestras limitaciones, es la forma de encontrar el equilibrio y conseguir una sensación de integridad.