domingo, 23 de octubre de 2011

llevar la mente a casa



Hace más de dos mil quinientos años, un hombre que llevaba muchas, muchas vidas buscando la verdad llegó a un lugar tranquilo en el norte de India y se sentó bajo un árbol. Se quedó allí sentado bajo el árbol, y con inmensa resolución hizo el voto de no volver a levantarse hasta que hubiera encontrado la verdad. Al caer la noche, así está dicho, venció a las fuerzas oscuras del engaño, y por la mañana temprano, cuando aparecía la estrella Venus en el firmamento del amanecer, el hombre obtuvo la recompensa a su paciencia, disciplina e impecable concentración, sostenidas durante eras, y alcanzó el objetivo final de la existencia humana, la Iluminación. En ese instante sagrado, la propia Tierra se estremeció como «ebria de dicha», y según nos dicen las escrituras, «nadie en ningún lugar se sintió airado, enfermo ni triste; nadie hizo mal, nadie fue orgulloso; el mundo quedó completamente callado, como si hubiera alcanzado la plena perfección». Ese hombre llegó a ser conocido como Buda.

He aquí la hermosa descripción que da el maestro vietnamita Thich Nhat Hanh de la Iluminación de Buda:
Gautama se sintió como si una cárcel que le había retenido durante miles de vidas se hubiese abierto de golpe. La ignorancia había sido el carcelero. A causa de la ignorancia, su mente había estado obscurecida, como la luna y las estrellas ocultas por las nubes de tormenta. Nublada por interminables oleadas de pensamientos ilusorios, la mente había dividido falsamente la realidad en sujeto y objeto, yo y otros, existencia y no existencia, nacimiento y muerte, y de esas distinciones surgían opiniones erróneas: las prisiones de los sentimientos, ansias, aferramiento y el devenir. El sufrimiento del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte sólo contribuía a engrosar los muros de la cárcel. Lo único que se podía hacer era apoderarse del carcelero y contemplar su verdadero rostro. El carcelero era la ignorancia. Una vez eliminado el carcelero, la cárcel desaparecería y ya nunca volvería a construirse de nuevo.

Lo que vio Buda fue que la ignorancia de nuestra verdadera naturaleza es la raíz de todos los tormentos del samsara, y que la raíz de la propia ignorancia es la tendencia habitual de nuestra mente a la distracción. Poner fin a la distracción de la mente equivaldría a poner fin al mismo samsara, y para ello, comprendió, la clave estaba en llevar la mente a casa, a su verdadera naturaleza, mediante la práctica de la meditación.

Buda se sentó en el suelo con serena y humilde dignidad, con el cielo sobre él y a su alrededor, como para demostrarnos que en la meditación se sienta uno con una actitud mental abierta y comparable al cielo, pero al mismo tiempo permanece presente, apoyado en la Tierra, sobre una base firme. El cielo es nuestra naturaleza absoluta, que no tiene barreras y es ilimitada, y la base es nuestra realidad, nuestra condición relativa y ordinaria. La postura que adoptamos al meditar significa que enlazamos lo absoluto y lo relativo, el firmamento y el suelo, el cielo y la Tierra, como las dos alas de un pájaro, integrando la naturaleza de la mente, que no conoce la muerte y es comparable al cielo, y el suelo de nuestra naturaleza mortal y pasajera.

Aprender a meditar es el mayor regalo que puede usted hacerse en esta vida, ya que es sólo por medio de la meditación como puede emprender el viaje para descubrir su auténtica naturaleza y encontrar así la estabilidad y la confianza que necesitará para vivir, y morir, bien.
La meditación es el camino a la Iluminación.