sábado, 16 de octubre de 2010

ánimo




Carl Gustav Jung introdujo el concepto de arquetipos en la psicología. Son predisposiciones innatas que afectan a la personalidad, las relaciones y el trabajo. Cuando la vida parece dura y sin sentido, y nos da la impresión de que el modo en que vivimos está fundamentalmente equivocado, probablemente hay discrepancias entre los arquetipos que nos habitan y los roles visibles, entre el estrato superficial y nuestra esencia y modo de sentir internos. Me sentí atraída por los dioses y diosas griegos como medio para describir esos patrones internos. Vivir una vida auténtica, hallarle un sentido y hacernos con un mito personal son elementos que están vinculados con el estrato arquetípico de la mente. Las respuestas a las preguntas de LeShan se encuentran cuando descubrimos estas fuentes arquetípicas de sentido. Pero no es necesario que conozcas los nombres de tus arquetipos o que le pongas un título: tu verdad es tu mito. Ahí es donde tú encuentras la armonía y la felicidad.

La armonía consiste en recorrer el camino adecuado y ser uno con él: desarrollar una vida apasionada y coherente con valores personales, hacer aquello para lo que se está naturalmente dotado. La armonía consiste en permanecer con nuestra pareja, amigos o en soledad, con animales o inmersos en la naturaleza, en una ciudad, país o lugar concretos, y que nos embargue la impresión de que estamos en el lugar que nos pertenece. La armonía consiste en experimentar una gran aflicción que corresponde a una inmensa pérdida. La armonía es una espontaneidad natural, deshinibida; la inmediatez de la risa, la irrupción del llanto. La armonía se da cuando el comportamiento y la creencia caminan juntos, cuando la vida arquetípica y la vida exterior se reflejan mutuamente y nos mantenemos fieles a nosotros mismos. Lo único que podemos expresar es : "me siento en casa", "lo que hago me tiene completamente absorbido", "me hace feliz", "te quiero", "esto es la felicidad".

La felicidad y el regocijo nos invaden en los momentos en que habitamos nuestra verdad más alta, momentos en los que todo lo que hacemos es coherente con las profundidades arquetípicas. Es cuando nos mostramos más sinceros y confiados y somos conscientes de que todo lo que abordemos, por trivial que parezca, es sin embargo, sagrado. Cuando advertimos que formamos parte de algo divino que nos incluye y está en nosotros.