miércoles, 16 de diciembre de 2009
La resecación y la lisiadura
Casi todas las depresiones, los tedios y las erráticas confusiones de una persona se deben a una vida del alma fuertemente limitada en la que la innovación, los impulsos y la creación están restringidos o prohibidos. La fuerza creativa confiere a las personas un enorme impulso que las induce a actuar. No podemos pasar por alto la existencia de los numerosos robos e incapacitaciones del talento de las personas que se producen por medio de las restricciones y los castigos que la cultura impone a sus instintos naturales y salvajes.
Podemos escapar de esta situación siempre y cuando haya un río subterráneo o incluso un pequeño arroyo procedente de algún lugar del alma que vierta sus aguas en nuestra vida. Sin embargo, si alguien que se encuentra "lejos de casa" cede todo el poder, se convertirá primero en una niebla, después en un vapor y finalmente en una simple brizna de su antiguo yo salvaje.
Todo este robo y ocultamiento del pellejo natural de las personas y la consiguiente resecación y lisiadura de ésta me recuerdan un viejo cuento que circulaba entre los distintos sastres rurales de nuestra familia. Mi difunto tío Vilmos lo contó una vez para calmar y dar una lección a un enfurecido adulto de nuestra extensa familia que estaba tratando con excesiva severidad a un niño. Tío Vilmos tenía una paciencia y una ternura infinitas con las personas y los animales. Poseía el don natural de contar cuentos según la tradición mesemondók y era muy hábil en la aplicación de cuentos a modo de suave medicina.
Un hombre fue a casa del sastre Szabó y se probó un traje. Mientras permanecía de pie delante del espejo se dio cuenta de que la parte inferior del chaleco era un poco desigual.
-Bueno, no se preocupe por eso -le dijo el sastre-. sujete el extremo más corto con la mano izquierda y nadie se dará cuenta.
Mientras así lo hacía, el cliente se dio cuenta de que la solapa de la chaqueta se curvaba en lugar de estar plana.
-Ah, ¿eso? -dijo el sastre-. Eso no es nada. Doble un poco la cabeza y alísela con la barbilla.
El cliente así lo hizo y entonces vio que la costura interior de los pantalones era un poco corta y notó que la entrepierna le apretaba demasiado.
-Ah, no se preocupe por eso -dijo el sastre-. Tire de la costura hacia abajo con la mano derecha y todo le caerá perfecto.
El cliente accedió a hacerlo y se compró el traje. Al día siguiente se puso el nuevo traje, "modificándolo" con la ayuda de la mano y la barbilla. Mientras cruzaba el parque aplanándose la solapa con la barbilla, tirando con una mano del chaleco y sujetándose la entrepierna con la otra, dos ancianos que estaban jugando a las damas interrumpieron la partida al verle pasar renqueando por delante de ellos.
-¡M’Isten, Oh, Dios mío! -exclamó el primer hombre-. ¡Fíjate en este pobre tullido!
El segundo hombre reflexionó un instante y después dijo en un susurro:
-Igen, sí, lástima que esté tan lisiado, pero lo que yo quisiera saber... es de dónde habrá sacado un traje tan bonito.
clarissa pinkola estés