jueves, 3 de noviembre de 2011
el desmembramiento
La segunda fase: El desmembramiento
En la segunda fase del cuento los padres regresan a casa derramando amargas lágrimas sobre sus ricos ropajes. A los tres años el demonio se presenta para llevarse a la hija. Ésta se ha bañado y se ha puesto una túnica blanca. Se sitúa en el centro del níveo círculo de tiza que ha trazado a su alrededor. Cuando el demonio se inclina hacia ella para agarrarla, una fuerza invisible lo arroja al otro lado del patio. Entonces el demonio le ordena que no se bañe y ella se convierte en una especie de bestia. Pero las lágrimas le mojan las manos y el demonio tampoco la puede tocar. Entonces éste ordena al padre que le corte las manos para que no pueda limpiárselas con las lágrimas. Su padre la mutila y así termina la vida que ella había conocido hasta entonces. Pero llora sobre los muñones de sus brazos y, al no poder apoderarse de ella, el demonio se da por vencido.
La hija lo hace extremadamente bien teniendo en cuenta las circunstancias. Pero nos quedamos como petrificadas cuando superamos esta fase, nos damos cuenta de lo que nos han hecho y nos percatamos de que hemos cedido a la voluntad del depredador y del atemorizado padre y por esta causa nos hemos quedado mancas.
A continuación, el espíritu reacciona moviéndose cuando nosotras nos movemos, inclinándose hacia delante cuando nosotras lo hacemos, caminando cuando caminamos, pero lo hace todo sin la menor sensibilidad. Nos quedamos petrificadas cuando nos damos cuenta de lo que ha ocurrido y nos horroriza tener que cumplir el pacto. Creemos que nuestras estructuras paternales internas tienen que permanecer en perenne estado de alerta, reaccionar como es debido y proteger a la floreciente psique. Pero ahora vemos lo que sucede cuando no lo hacen.
Transcurren tres años entre la concertación del pacto y el regreso del demonio. Estos tres años representan el período en el que la mujer no tiene clara conciencia de que el sacrificio es ella misma. Ella es la quemada ofrenda que se hace a cambio de un acuerdo desventajoso. En la mitología el período de tres años es el que precede a un creciente impulso trascendental, como, por ejemplo, los tres años de invierno que preceden a Ragnarok, el Crepúsculo de los Dioses en la mitología escandinava. En los mitos de esta clase, transcurren tres años de algo y después se produce una destrucción y de las ruinas nace un nuevo mundo de paz.
Este número de años simboliza el período en el que una mujer se pregunta qué le va a suceder ahora y no sabe si aquello que más teme -ser totalmente arrastrada por una fuerza destructora- llegará a ocurrir realmente. El símbolo del tres en los cuentos de hadas sigue esta pauta: El primer intento no es válido. El segundo intento tampoco. Y, a la tercera, va la vencida.
Muy pronto se hace acopio de suficiente energía y se levanta el suficiente viento del alma como para que la embarcación de la psique zarpe y se aleje. Lao-tse dice: "De uno vienen dos y de dos, tres. Y de tres vienen diez mil." Cuando llegamos a la multiplicación del tres de algo, es decir, al momento de la transformación, los átomos empiezan a brincar y allí donde antes sólo había laxitud se produce la locomoción.
El hecho de quedarse tres años sin marido puede simbolizar el período de incubación de la psique, en el que el hecho de tener otra relación sería demasiado difícil y nos distraería demasiado. La misión de estos tres años es la de ayudarnos a fortalecernos todo lo que podamos, a utilizar en provecho propio todos los recursos de la psique y a adquirir la mayor conciencia posible. Lo cual supone salir de nuestro sufrimiento para ver lo que éste significa, cómo actúa, qué pauta está siguiendo, estudiar a otras personas que, siguiendo la misma pauta, hayan conseguido superarlo todo e imitar aquello que tiene sentido para nosotras.
Esta observación de las situaciones apuradas y las soluciones a que han llegado otras personas es la que induce a una mujer a quedarse en sí misma, y así es como debe ser, pues, tal como vemos más adelante en el cuento, la tarea de la doncella es encontrar al esposo en el mundo subterráneo, no en el de arriba. Las mujeres ven retrospectivamente la preparación del descenso de su iniciación que abarca unos largos períodos de tiempo, a veces años, hasta que finalmente y de golpe se arrojan desde el borde a los rápidos, a menudo empujadas, aunque algunas veces también por propia iniciativa, lanzándose con donaire desde el acantilado. No obstante, esto último no es muy frecuente.
Este período de tiempo se caracteriza a menudo por el tedio. Las mujeres suelen comentar que no saben muy bien lo que quieren, si un trabajo, un amante, un poco más de tiempo, una actividad creativa. Les cuesta concentrarse. Les cuesta llevar a cabo una labor productiva. Esta inquietud nerviosa es típica de la fase de desarrollo espiritual. Sólo el tiempo, y en una fecha no muy lejana, nos llevará hasta el borde, desde el que tenemos que caer, saltar o lanzarnos.
En este punto del cuento vemos una reminiscencia de las antiguas religiones nocturnas. La joven se baña, se viste de blanco, traza un círculo de tiza a su alrededor. El hecho de bañarse -la purificación-, ponerse la túnica blanca -el atuendo propio del descenso a la tierra de los muertos- y trazar un círculo de protección mágica -el pensamiento sagrado- a su alrededor, es un antiguo ritual de diosas. Todo eso la doncella lo hace en una especie de estado hipnótico, como si estuviera recibiendo instrucciones desde una época muy distante.
Se produce en nosotras un momento de crisis cuando esperamos aquello que estamos seguras será nuestra destrucción, nuestro final. Ello nos induce, como a la doncella del cuento, a inclinar el oído hacia la lejana voz de tiempos ancestrales, una voz que nos dice lo que debernos hacer para conservar la fuerza y la pureza y sencillez espiritual. Una vez en que estaba desesperada, soñé que una voz me decía: "Toca el sol." Después de aquel sueño, cada día y dondequiera que fuera, apoyaba la espalda, la planta del pie o la palma de la mano en los rectángulos de luz solar de las paredes, los suelos y las puertas. Me apoyaba y descansaba sobre aquellas doradas formas. Y éstas actuaban a modo de turbina para mi espíritu. No sé cómo, pero así era.
Si prestamos atención a las voces del sueño, las imágenes, los cuentos -sobre todo, los de nuestra vida-, nuestro arte, a las personas que nos han precedido y nos prestamos atención las unas a las otras, algo recibiremos, incluso varios algos que serán ritos psicológicos personales y nos servirán para consolidar esta fase del proceso.
Los huesos de este cuento proceden de la época en que se dice que las diosas peinaban el cabello de las mujeres mortales y las amaban con todo su corazón. En este sentido comprendemos que los descensos de este cuento son los que atraen a la mujer al remoto pasado, a las ancestrales líneas maternas del mundo subterráneo. Ésta es la tarea, regresar a través de las brumas del tiempo al lugar de La Que sabe, donde ella nos espera y nos tiene preparados unos vastos conocimientos del mundo subterráneo que serán muy valiosos para nuestro espíritu y nuestras personas en el mundo exterior.
En las antiguas religiones, el hecho de vestirse con pureza y prepararse para la muerte hace que la persona sea inmune e inaccesible al mal. Rodearse de la protección de la Madre Salvaje -el círculo de tiza de la oración, el pensamiento sublime o la preocupación por un resultado beneficioso para el alma- nos permite hacer el descenso psicológico sin apartarnos del camino y sin que la diabólica fuerza contraria de la psique apague nuestra vitalidad.
Aquí estamos pues, vestidas y protegidas al máximo, esperando nuestro destino. Pero la doncella llora y derrama lágrimas sobre sus manos. Al principio, cuando la psique llora inconcientemente, no podemos oírla; a lo más que llegamos es a experimentar una sensación de impotencia. La doncella sigue llorando. Sus lágrimas son la germinación de aquello que la defiende, de lo que purifica la herida que ha recibido.
C. S. Lewis escribió acerca de la botella de lágrimas infantiles capaz de sanar cualquier herida con sólo una gota. Las lágrimas en los mitos derriten el hielo del corazón. En "El niño de piedra" un cuento que yo he ampliado a partir de un poético canto que me facilitó hace años mi querida madrina inuit Mary Uukalat, las ardientes lágrimas de un niño hacen que una fría piedra se rompa y libere un espíritu protector. En el cuento "Mary Culhane", el demonio que se ha apoderado de Mary no puede entrar en ninguna casa en la que un corazón sincero haya derramado lágrimas; para el demonio éstas son como el "agua bendita". A lo largo de la historia las lágrimas han cumplido tres misiones: han atraído a los espíritus, han rechazado a los que pretendían ahogar y encadenar al alma sencilla y han sanado las heridas de los pactos desventajosos hechos por los seres humanos.
Hay veces en la vida de una mujer en que ésta llora sin cesar y, aunque cuente con la ayuda y el apoyo de sus seres queridos, no puede dejar de llorar. Hay algo en sus lágrimas que mantiene al depredador a raya y aparta el malsano deseo o la ventaja que podría provocar su ruina. Las lágrimas sirven para remendar los desgarros de la psique, por los que se ha ido escapando la energía. La situación es muy grave, pero lo peor no llega a producirse -no nos roban la luz- porque las lágrimas nos otorgan la conciencia. No hay posibilidad de que nos quedemos dormidas cuando lloramos. Y el sueño que se produce es tan sólo para el descanso del cuerpo físico.
A veces una mujer dice: "Estoy harta de llorar, estoy hasta la coronilla, quiero detenerme." Pero es su alma la que derrama lágrimas y éstas son su protección. Por consiguiente, tiene que seguirlo haciendo hasta que termina su necesidad. Algunas mujeres se asombran de la cantidad de agua que puede producir su cuerpo cuando lloran. Eso no dura eternamente, sólo hasta que el alma termina de expresarse de esta sabia manera.
El demonio trata de acercarse a la hija pero no puede, pues ésta se ha bañado y ha llorado. El maligno reconoce que aquella agua bendita ha debilitado su poder y exige que la doncella no vuelva a bañarse. Sin embargo, semejante circunstancia no sólo no la humilla sino que ejerce justo el efecto contrario. La muchacha empieza a parecerse a un animal dotado de los poderes de la naturaleza salvaje subyacente y eso es también una protección. Es posible que en esta fase una mujer se interese menos por su aspecto o lo haga de una manera distinta. Puede que se vista como si fuera una maraña de ramas y no una persona. Cuando contempla la apurada situación en que se encuentra, muchas de sus antiguas preocupaciones desaparecen.
"Bueno -dice el demonio-, si te arranco la capa de civilización, es posible que te pueda robar la vida para siempre." El depredador quiere humillarla y debilitarla con sus prohibiciones. El demonio cree que, si la doncella no se baña y se llena de mugre, él la podrá privar de sí misma. Pero ocurre justo lo contrario, pues la mujer sucia y llena de barro es amada e inequívocamente protegida por la Mujer Salvaje. Está claro que el depredador no comprende que sus prohibiciones sólo sirven para acercar a la mujer a su poderosa naturaleza salvaje.
El demonio no puede aproximarse al yo salvaje cuya pureza consigue repeler en último extremo la energía desconsiderada o destructiva. La combinación del yo salvaje con las puras lágrimas de la mujer impide el acercamiento del ser perverso que busca su perdición para que él pueda vivir en toda su plenitud.
A continuación, el demonio ordena al padre que mutile a su hija, cercenándole las manos. En caso de que el padre se niegue a hacerlo, el demonio amenaza con matar toda la psique: "Todo lo de aquí morirá, incluyéndote a ti, a tu mujer y todos los campos hasta donde alcanza la vista." El propósito del demonio es conseguir que la hija pierda las manos, es decir, la capacidad psíquica de asir, retener y ayudarse a sí misma y a los demás. El elemento paternal de la psique no está maduro, no puede conservar su poder contra el fuerte depredador; por eso le corta las manos a su hija. Intenta interceder en favor de su hija, pero el precio -la destrucción de toda la fuerza creativa de la psique- es demasiado alto. La hija se somete a la profanación y así culmina el cruento sacrificio que en la antigüedad simbolizaba un descenso total al averno.
Con la pérdida de las manos la mujer emprende el camino hacia la selva subterránea que es el territorio de su iniciación. Si estuviéramos en una tragedia griega, ahora el coro lloraría y lanzaría lamentos, pues, aunque el hecho le otorga a la doncella un inmenso poder, en aquel momento le arrebatan la inocencia que jamás se recupera de la misma manera.
El hacha de filo de plata procede de otro estrato arqueológico del antiguo femenino salvaje, en el que el color de la plata es el del mundo espiritual y el de la luna. El hacha de filo de plata se llama así porque en tiempos antiguos estaba hecha de acero ennegrecido en la fragua y su hoja se afilaba con una piedra de amolar hasta que adquiría un reluciente color plateado. En la antigua religión minoica el hacha de la diosa se utilizaba para señalar el camino ritual de los iniciados y marcar los lugares sagrados. Les he oído decir a dos ancianas "cuentistas" croatas que en las antiguas religiones femeninas se utilizaba una pequeña hacha ritual para cortar el cordón umbilical de los recién nacidos con el fin de que, liberados de las fuerzas del averno, pudieran vivir en este mundo.
La plata del hacha guarda relación con las manos de plata que más tarde pertenecerán a la doncella. Aquí el pasaje es un poco complicado, pues parece dar a entender la posibilidad de que la eliminación de las manos psíquicas tenga un carácter ritual. En los ritos de sanación de las ancianas de la Europa oriental y del norte de Europa se solía podar un joven abeto con un hacha para que creciera con más vigor. Hace tiempo se profesaba un profundo amor a los árboles vivos. Éstos eran apreciados porque constituían el símbolo de la capacidad de morir y renacer, por todas las cosas portadoras de vida que podían ofrecer a las personas, como, por ejemplo, la leña para calentarse y cocinar, las ramas para la construcción de cunas, los bastones para caminar, las paredes para protegerse y las medicinas para la fiebre, y también por ser lugares a los que se podía trepar para ver en la lejanía y, en caso necesario, esconderse del enemigo. El árbol era en verdad una gran madre salvaje.
En las antiguas religiones femeninas, esta clase de hacha pertenece por derecho propio a la diosa, no al padre. Esta secuencia del cuento permite deducir que el que el hacha pertenezca al padre se debe a una mezcla de la antigua religión con la nueva, cuyo resultado ha sido el desmembramiento y el olvido de la antigua. Pero, a pesar de las brumas del tiempo y/o de las sucesivas capas que se han superpuesto a los antiguos conceptos acerca de la iniciación femenina, siguiendo un relato como el que nos ocupa podemos extraer del enredo lo que nos interesa y reconstruir el mapa que nos muestra el camino del descenso y el del ascenso.
Podemos interpretar la eliminación de las manos psíquicas de la misma manera en que este símbolo era interpretado por los hombres de la antigüedad. En Asia, el hacha celeste se utilizaba para apartar a una persona del yo no iluminado. El elemento de la mutilación como iniciación reviste una importancia fundamental en nuestro relato. Si, en nuestras sociedades modernas, debemos cortar las manos del ego para poder recuperar nuestra función salvaje, es decir, nuestros sentidos femeninos, conviene que se corten para que podamos alejarnos de las seducciones de todas las cosas absurdas que tenemos a nuestro alcance, cualesquiera que sean las cosas a las que nos aferramos para no crecer. Si las manos tienen que desaparecer durante algún tiempo, que desaparezcan y sanseacabó.
El padre blande el cortante instrumento de plata y, pese al profundo pesar que experimenta, aprecia mucho más su vida y la de la psique que lo rodea, aunque algunas cuentistas de nuestra familia subrayaban con toda claridad que la vida que el padre más temía perder era la suya propia. Si consideramos el padre como un principio organizador, una especie de gobernante de la psique externa o mundana, veremos que el yo exterior de la mujer, su dominante yo-ego mundano, no quiere morir.
Y se comprende muy bien que así sea. Es lo que siempre ocurre en un descenso. Una parte de lo que somos se siente atraída por el descenso como si éste fuera algo apetecible, misterioso y agridulce. Pero, al mismo tiempo, experimentamos repulsión y cruzamos toda una serie de calles, autopistas e incluso continentes psíquicos para evitarlo. Sin embargo, aquí se nos muestra que el árbol florido tiene que sufrir la amputación. Lo único que nos permite soportar esta idea es la promesa de que alguien, en algún lugar de la parte inferior de la psique, nos espera para ayudarnos y curarnos. Un gran Alguien nos espera para restaurarnos, transformar lo que está deteriorado y vendar los miembros que han resultado heridos. En las tierras de labranza donde yo me crié, las tormentas de granizo y relámpagos se llamaban "tormentas cortantes" y algunas veces también "tormentas segadoras" en alusión a la Muerte que siega las vidas con su guadaña, pues derriban todos los seres vivos, el ganado y a veces también a los seres humanos de la región, pero, sobre todo, las plantas cosechables y los árboles. Después de una gran tormenta, familias enteras salían de los sótanos donde almacenaban las patatas y se inclinaban sobre la tierra para ver qué clase de ayuda necesitaban las cosechas, las flores o los árboles. Los chiquillos recogían las ramas llenas de hojas y frutos que habían quedado esparcidas por el suelo. Los más crecidos apuntalaban las plantas que aún vivían pero habían resultado dañadas. Las ataban con clavijas de madera, astillas para encender el fuego y vendas de trapo de color blanco. Los adultos arrancaban y enterraban todo lo que había sufrido daños irreparables.
Hay una encantadora familia como la de mi infancia, esperando a la doncella en el mundo subterráneo, tal como tendremos ocasión de ver. En esta metáfora de la mutilación de las manos vemos que algo saldrá de todo ello. En el mundo subterráneo, siempre que algo no puede vivir se derriba y se corta para poder utilizarlo de otra manera. La mujer del cuento no es vieja ni está enferma y, sin embargo, se tiene que desarmar porque no puede seguir siendo lo que había sido hasta entonces. Pero unas fuerzas la esperan para ayudarla a sanar.
Cortándole las manos, el padre acentúa el descenso, acelera la disolutio, la dolorosa pérdida de todos los valores que más se aprecian -lo cual significa perderlo todo-, la pérdida de las posiciones ventajosas, la pérdida del horizonte, de las coordenadas de las cosas en las que la persona cree y de las razones por las que cree en ellas. En los ritos aborígenes de todo el mundo, el propósito es confundir la mente ordinaria para facilitar la iniciación de los individuos en la mística.
Con la mutilación de las manos se subraya la importancia del resto del cuerpo psíquico y de sus atributos y sabemos que al insensato padre que gobierna la psique ya no le queda mucho tiempo de vida, pues la profunda mujer desmembrada hará su trabajo tanto con su ayuda y protección como sin ella. Y, por muy horrible que pueda parecer a primera vista, esta nueva versión de su cuerpo le va a ser muy útil.
Por consiguiente, en este descenso es donde perdemos las manos psíquicas, esas dos partes de nuestro cuerpo que son en sí mismas como dos pequeños seres humanos. En tiempos antiguos los dedos se equiparaban a las piernas y los brazos, y la articulación de la muñeca se equiparaba a la cabeza. Esos seres pueden bailar y cantar. Una vez batí palmas con René Heredia, un gran guitarrista flamenco. En el flamenco, las palmas de las manos hablan y producen sonidos que son palabras como "Más rápido, precioso mío, elévate, vuelve a bajar, siénteme, siente esta música, siente esto y esto y esto". Las manos son seres por derecho propio.
Si estudiamos los belenes de los países mediterráneos, veremos que las manos de los pastores y de los Reyes, de María o de José están extendidas con las palmas hacia el Divino Infante como si éste fuera una luz que se pudiera recibir a través de la piel de las palmas. En México vemos también que las imágenes de la Virgen de Guadalupe derraman su luz salutífera sobre nosotros, mostrándonos las palmas de las manos. El poder de las manos está presente a lo largo de toda la historia. En Kayenta, en la reserva diné (navajo) hay una cabaña india con una vieja huella de mano de color rojo al lado de la puerta. Su significado es "Aquí estamos a salvo".
Como mujeres, tocamos a muchas personas. Sabemos que la palma de la mano es una especie de sensor, tanto con un abrazo como con una palmada o un simple roce del hombro hacemos una lectura de la persona a la que tocamos. A poca relación que tengamos con La Que Sabe, comprendemos lo que siente otro ser humano tanteándolo con las palmas de nuestras manos. Algunas mujeres reciben información en forma de imágenes incluso a veces de palabras que les comunican los sentimientos de los demás. Se podría decir que hay en las manos una especie de radar.
Las manos son no sólo receptoras sino también transmisoras. Cuando alguien estrecha la mano de una persona le puede transmitir un mensaje y es lo que suele hacer de manera inconciente a través de la presión, la intensidad, la duración y la temperatura cutánea. Las personas que de manera inconciente o deliberada tienen intenciones aviesas poseen un tacto que hace que el otro sienta que le están abriendo boquetes en el cuerpo espiritual psíquico. En el polo psicológico opuesto, las manos que se apoyan en una persona pueden aliviar, consolar, eliminar el dolor y sanar. Se trata de un saber femenino que se ha transmitido de madre a hija a través de los siglos.
El depredador de la psique lo sabe todo acerca del profundo misterio que se asocia con las manos. En demasiadas partes del mundo una de las manifestaciones más patológicas de inhumanidad consiste en secuestrar a una persona inocente y cortarle las manos; en desmembrar la función táctil, visual y sanadora del ser humano. El asesino no siente y no quiere que su víctima sienta. Ésta es exactamente la intención del demonio, pues el aspecto no redimido de la psique no siente nada y, en la malsana envidia y el odio que le inspiran los que sí sienten algo, experimenta el impulso de cortar. El asesinato de una mujer mediante la mutilación constituye el tema de muchos cuentos. Pero este demonio es algo más que un asesino, es un mutilador. Exige una mutilación que no es puramente decorativa o una simple escarificación de carácter ritual sino que se propone dejar inválida a la mujer para siempre.
Cuando decimos que a una mujer le han cortado las manos, queremos decir que está incapacitada para consolarse y curarse ella misma de manera inmediata y que no puede hacer nada que no sea seguir el mismo camino de siempre. Por consiguiente, es bueno que sigamos llorando en este período. Es nuestra sencilla y poderosa protección contra un demonio tan pernicioso que ninguna de nosotras puede comprender por entero sus motivos y su raison d’être.
En los cuentos de hadas encontramos el leitmotiv del llamado "objeto arrojado". La heroína perseguida se saca un peine mágico del cabello y lo arroja a su espalda, donde crece y se convierte en un bosque de árboles tan tupido que en él no se podría introducir una horca. O bien la heroína tiene un frasquito de agua, lo destapa y arroja su contenido a su espalda mientras corre. Las gotitas se convierten en una inundación que dificulta el avance de su perseguidor.
En el cuento, la joven derrama abundantes lágrimas sobre sus muñones y el demonio se siente repelido por el campo de fuerzas que la rodea. No puede apoderarse de ella tal como pretendía. Aquí las lágrimas son el "objeto arrojado", la muralla de agua que aleja al demonio, no porque el demonio se conmueva o se ablande al ver las lágrimas -no se conmueve-, sino porque las lágrimas sinceras poseen una pureza que quiebra su poder. Y nosotras comprobamos la veracidad de este aserto cuando lloramos con toda nuestra alma porque no vemos en el horizonte más que oscuridad y desolación y, sin embargo, las lágrimas nos salvan de morir inútilmente abrasadas.
La hija tiene que sufrir. Me asombra lo poco que lloran las mujeres hoy en día y que, encima, lo hagan como pidiendo perdón. Me preocupa que la vergüenza o el desuso nos esté arrebatando esta función tan natural. Ser un árbol florido y húmedo es esencial, pues, de lo contrario, nos rompemos. Llorar es bueno y está bien. No resuelve el dilema, pero permite que el proceso continúe y no se interrumpa. Ahora la vida de la doncella tal y como ella la ha conocido, su comprensión de la vida hasta aquel momento, ha tocado a su fin y ella desciende a otro nivel del mundo subterráneo. Y nosotras seguimos sus huellas. Seguimos adelante a pesar de que somos vulnerables y estamos tan privadas de la protección del ego como un árbol al que le han arrancado la corteza. Pero somos poderosas, pues hemos aprendido a arrojar al demonio al otro lado del patio.
En este momento vemos que sea lo que fuere que hagamos en la vida, los planes de nuestro ego se nos escapan de las manos. Habrá un cambio en nuestra vida, un cambio muy grande cualesquiera que sean los bonitos planes que haya forjado este pequeño y temperamental director de escena para la siguiente fase. Nuestro poderoso destino empieza a gobernar nuestra vida, no el molino, no el barrido del patio, no el sueño. Nuestra vida tal y como la conocíamos ha tocado a su fin. Queremos estar solas y quizá que nos dejen en paz. Ya no podemos confiar en la paternal cultura dominante; por primera vez estamos en pleno aprendizaje de lo que es nuestra verdadera vida. Y seguimos adelante.
Es un período en el que todo lo que valoramos pierde su alegre ritmo. Jung nos recuerda el término utilizado por Heráclito, enantiodromia, es decir, la corriente hacia atrás. Pero esta corriente hacia atrás puede ser algo más que una regresión al inconciente personal; puede ser un sincero regreso a los antiguos valores factibles, a unas ideas más hondamente sentidas. Si entendemos esta fase de la iniciación en la resistencia como un paso hacía atrás, conviene que también la consideremos un paso de diez leguas más hacía el profundo reino de la Mujer Salvaje.
Todo ello hace que el demonio se largue con el rabo entre las piernas. En este sentido, cuando una mujer se da cuenta de que ha perdido el contacto, su habitual manera de ver el mundo, sigue siendo poderosa gracias a la pureza de su alma y fuerte gracias a su empeño en seguir sufriendo, lo cual provoca la retirada de aquello que deseaba destruirla.
El cuerpo psíquico ha perdido sus valiosas manos, es cierto. -Pero el resto de la psique compensará la pérdida. Conservamos unos pies que conocen el camino, una mente espiritual que nos permite ver muy lejos, unos pechos y un vientre que sienten exactamente igual que el exótico y enigmático vientre de la diosa Baubo, que es el símbolo de la profunda naturaleza instintiva de las mujeres y también carece de manos. Con este cuerpo incorpóreo y misterioso seguimos adelante. Estamos a punto de iniciar el siguiente descenso.