miércoles, 2 de noviembre de 2011

el trato a ciegas




La primera fase: El trato a ciegas

En la primera fase del cuento, el ávido y sugestionable molinero hace un trato desventajoso con el demonio. Creía enriquecerse pero descubre demasiado tarde que el precio será demasiado alto. Pensaba que cambiaba su manzano por la riqueza pero descubre en su lugar que ha entregado su hija al demonio.
En la psicología arquetípica, opinamos que todos los elementos de un cuento son descripciones de los aspectos de la psique de una sola mujer. Por consiguiente, a propósito de este cuento, nosotras como mujeres tenemos que preguntarnos al principio "¿Qué trato desventajoso hacen todas las mujeres?".
Aunque demos distintas respuestas según los días, hay una respuesta constante en la vida de todas las mujeres. Por más que no queramos reconocerlo, el peor trato de nuestra vida es siempre el que hacemos cuando perdemos nuestra sabia vida profunda a cambio de otra mucho más frágil; cuando perdemos los dientes, las garras, el tacto y el olfato; cuando abandonamos nuestra naturaleza salvaje a cambio de una promesa de riqueza que, al final, resulta vacía. Como el padre del cuento, hacemos este trato sin darnos cuenta de la tristeza, el dolor y el trastorno que nos provocará.

Podemos ser muy hábiles en nuestra actuación exterior, pero casi todas las mujeres, a poca ocasión que tengan, optan al principio por cerrar un trato desventajoso. La concertación de este espantoso trato constituye una enorme y significativa paradoja. Aunque el hecho de no saber elegir se podría considerar un acto patológico de autodestrucción, con mucha frecuencia constituye un acontecimiento decisivo que lleva aparejada una amplia oportunidad de volver a desarrollar la naturaleza instintiva. En este sentido, aunque haya pérdida y tristeza, el trato desventajoso, como el nacimiento y la muerte, es una útil caída del acantilado proyectado por el Yo para introducir a una mujer en las profundidades de su naturaleza salvaje. La iniciación de la mujer empieza con el trato desventajoso que hizo mucho tiempo atrás cuando estaba todavía medio dormida. Eligiendo lo que a ella le parecía una riqueza, cedió a cambio el dominio sobre algunas y, a menudo, todas las partes de su apasionada y creativa vida instintiva. El sopor de la psique femenina es un estado muy parecido al sonambulismo. En su transcurso caminamos y hablamos pero estamos dormidas. Amamos y trabajamos pero nuestras opciones revelan la verdad acerca de lo que nos ocurre; las facetas voluptuosas, inquisitivas, buenas e incendiarias de nuestra naturaleza no están plenamente despiertas.

Éste es el estado de la hija del cuento. Es una criatura encantadora, una inocente. Pero podría pasarse la vida barriendo el patio de atrás del molino -hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás- sin desarrollar jamás la conciencia. Su metamorfosis carece de metabolismo.
El cuento empieza por tanto con la involuntaria pero profunda traición de lo joven femenino, de lo inocente. Se puede decir que el padre, símbolo de la función de la psique que debería guiarnos en el mundo exterior, en realidad ignora por completo la actuación en tándem del mundo exterior y el mundo interior. Cuando la función paterna de la psique desconoce las cuestiones del alma, fácilmente se nos traiciona. El padre no comprende una de las cosas más esenciales que median entre el mundo del alma y el mundo material, a saber, que muchas cosas que se nos ofrecen no son lo que parecen a primera vista.

La iniciación en esta clase de conocimiento es la iniciación que ninguna de nosotras desea, a pesar de ser la única por la que todas pasamos más tarde o más temprano. Muchos cuentos -"La bella y la bestia", "Barba Azul", el "Roman de Renart"- empiezan con un padre que pone en peligro a su hija. Sin embargo, en la psique de la mujer, aunque el padre cometa el error de cerrar un trato letal porque ignora por completo la existencia del lado oscuro del mundo inconciente, el terrible momento marca un dramático comienzo para ella: la cercanía de la conciencia y la perspicacia.
Ningún ser sensible de este mundo puede conservar eternamente la inocencia. Para poder prosperar, nuestra naturaleza instintiva nos induce a enfrentarnos con el hecho de que las cosas no son lo que a primera vista parecen. La salvaje función creativa nos impulsa a conocer los múltiples estados del ser, la percepción y el conocimiento. Éstos son los múltiples conductos a través de los cuales nos habla la Mujer Salvaje. La pérdida y la traición son los primeros y resbaladizos pasos de un largo proceso de iniciación que nos arroja a la selva subterránea. Allí, a veces por primera vez en nuestra vida, se nos ofrece la ocasión de darnos de narices contra los muros que nosotras mismas hemos levantado y, en su lugar, aprender a traspasarlos.
Aunque en la sociedad moderna se suele pasar por alto la pérdida de la inocencia de una mujer, en la selva subterránea la mujer que ha experimentado la pérdida de su inocencia se ve como alguien especial, en parte porque ha sido lastimada, pero, sobre todo, porque ha seguido adelante, porque se esfuerza por comprender y por arrancar las capas de sus percepciones y sus defensas para ver lo que hay debajo. En dicho mundo, la pérdida de la inocencia se considera un rito de paso. Y se aplaude el hecho de que ahora pueda ver las cosas con más claridad. El hecho de que haya resistido y siga aprendiendo le confiere categoría y la honra.

La concertación de un trato desventajoso no sólo constituyó un reflejo de la psicología de las sino que se aplica también a las mujeres de cualquier edad que no han pasado por ninguna iniciación o han tenido una iniciación incompleta en estas cuestiones. ¿De que manera hace este trato la mujer? El cuento empieza con el símbolo del molino y el molinero. Como ellos, la psique machaca las ideas; mastica los conceptos y los desmenuza para convertirlos en un alimento utilizable. Toma la materia prima en forma de ideas, sensaciones, pensamientos y percepciones y la fragmenta para que la podamos utilizar para nuestro sustento.
Esta capacidad psíquica suele denominarse elaboración. Cuando elaboramos algo, clasificamos toda la materia prima de la psique, todas las cosas que hemos aprendido, oído, anhelado y sentido durante un determinado período de tiempo. Lo desmenuzamos todo y nos preguntamos "¿ Qué haré para utilizarlo con el mayor provecho posible?". Utilizamos estas ideas y energías elaboradas para cumplir las más hondas tareas del alma y llevar a feliz término nuestros distintos empeños creativos. De esta manera, una mujer conserva el vigor y la vitalidad.
Pero en el cuento el molino no muele. El molinero de la psique no tiene trabajo. Eso significa que no se hace nada con toda la materia prima que llega diariamente a nuestra vida y que no se ve el menor sentido a todos los granos de sabiduría que nos lanzan al rostro el mundo exterior y el mundo subterráneo. Si el molinero no tiene trabajo, quiere decir que la psique deja de alimentarse de varias maneras extremadamente importantes.
La molienda de los cereales guarda relación con el impulso creativo. Por el motivo que sea, la vida creativa de la psique de la mujer se ha quedado estancada. La mujer que así lo percibe, comprende que ya no rebosa de nuevas ideas, que el ingenio ya no le enciende el pensamiento, que ya no muele fino para encontrar la esencia de las cosas. Su molino se ha callado.
Parece ser que existe un sopor natural que los seres humanos experimentan en determinados momentos de su vida. En la educación de mis hijos y en mi trabajo con un mismo grupo de inteligentes niños a lo largo de varios años, he visto que este sueño desciende sobre los niños hacia la edad de once años. Es cuando empiezan a tomarse cuidadosamente medidas y a compararse con los demás. En este período sus ojos pasan de la claridad al oscurecimiento y, a pesar de que no paran de moverse, se mueren a menudo irremediablemente de frío. Tanto si se muestran demasiado distantes como si se comportan demasiado bien, en ninguno de ambos estados reaccionan a lo que ocurre en lo más hondo de su ser y poco a poco el sueño va cubriendo su clara mirada y la capacidad de reacción de su naturaleza.
Supongamos que, en el transcurso de este período, nos ofrecen algo a cambio de nada. Que hemos conseguido en cierto modo creer que, si nos quedamos dormidas, algo bueno nos ocurrirá. Las mujeres saben lo que eso significa.
Cuando una mujer abandona los instintos que le indican los momentos adecuados para decir que sí o decir que no, cuando pierde la perspicacia, la intuición y otros rasgos salvajes, se encuentra en unas situaciones que le prometían oro pero que, al final, sólo le causan dolor. Algunas mujeres abandonan su arte por un grotesco matrimonio de conveniencia o renuncian al sueño de su vida para convertirse en una esposa, hija o muchacha "demasiado buena" o dejan su verdadera vocación para llevar otra vida esperando que sea más aceptable, satisfactoria y, sobre todo, más sana.
De esta y de otras maneras perdemos nuestros instintos. En lugar de llenarnos la vida con una posibilidad de iluminación nos cubrimos con una especie de manto de oscuridad. Nuestra capacidad de intuir la naturaleza de las cosas en el exterior y nuestra vista interior están roncando muy lejos, por lo que, cuando el demonio llama a la puerta, nosotras nos acercamos como unas sonámbulas, le abrimos y le dejamos entrar.
El demonio es el símbolo de la oscura fuerza de la psique, del depredador que en este cuento no se identifica como tal. El demonio es un bandido arquetípico que necesita, busca y aspira la luz. Teóricamente, si alcanzara la luz -es decir, una vida con posibilidad de amor y creatividad-, el demonio dejaría de ser el demonio.
En este cuento el demonio está presente porque se siente atraído por la dulce luz de la joven. Su luz no es una luz cualquiera sino la luz de un alma virgen atrapada en un estado de sonambulismo. Oh, qué bocado tan sabroso. Su luz resplandece con conmovedora belleza, pero ella ignora su valor. Semejante luz, que puede ser el fulgor de la vida creativa de una mujer, su alma salvaje, su belleza física, su inteligencia o su generosidad, siempre atrae al depredador. Esta luz que tampoco se da cuenta de nada y no está protegida es siempre el objetivo.
Una vez trabajé con una mujer de la que todos se aprovechaban, su marido, los hijos, su madre, su padre o los desconocidos. Tenía cuarenta años y aún se encontraba en esta fase del trato/traición de su desarrollo interior. Por su dulzura, su cordial y cariñoso tono de voz, sus modales exquisitos, no sólo atraía a los que le quitaban una pavesa sino a toda una ingente multitud que se reunía delante del fuego de su alma y le impedía recibir calor.
El trato desventajoso que había hecho consistía en no decir nunca que no para ganarse el afecto de los demás. El depredador de su psique le ofreció el oro de ser apreciada a cambio de perder el instinto que le decía: "Ya basta." Comprendió plenamente el daño que ella misma se estaba haciendo cuando una vez soñó que se encontraba a gatas e, medio de un inmenso gentío, tratando de alargar la mano entre un bosque de piernas para alcanzar una valiosa corona que alguien había arrojado a un rincón.
La capa instintiva de la psique le estaba diciendo que había perdido la soberanía sobre su vida y que, para recuperarla, tendría que hacer un enorme esfuerzo. Para recobrar su corona, aquella mujer tuvo que efectuar una nueva valoración de su tiempo, su capacidad de entrega y las atenciones que dedicaba a los demás.
El manzano florido del cuento simboliza un bello aspecto de las mujeres, la faceta de nuestra naturaleza que hunde sus raíces en el mundo de la Madre Salvaje, donde recibe el alimento desde abajo. El árbol es el símbolo arquetípico de la individuación; se considera inmortal, pues sus semillas siguen viviendo, su sistema de raíces ofrece cobijo y revitaliza y es la sede de toda una cadena alimentaría de vida. Como la mujer, un árbol tiene también sus estaciones y sus fases de desarrollo; tiene invierno y primavera.
En los manzanares del norte los campesinos llaman a sus yeguas y a sus perras "Chica" y a sus árboles frutales en flor "Señora". Los árboles del vergel son las jóvenes desnudas de la primavera, la primera señal. De entre todas las cosas que más representaban la llegada de la primavera, la fragancia de los apiñados capullos superaba con creces los triples saltos de los enloquecidos petirrojos que revoloteaban en el patio lateral de la casa y las nuevas cosechas que brotaban como minúsculas llamas de fuego verde en la negra tierra.
Había un dicho sobre los manzanos: "Joven en primavera, fruto amargo: más tarde, dulce como el hielo." Significaba que la manzana poseía una doble naturaleza. A finales de la primavera era redonda y apetecible y como salpicada de amanecer. Pero era demasiado ácida como para poderla comer y provocaba dentera. En cambio, más entrada la estación, morder una manzana era como romper un dulce y jugoso caramelo.
El manzano y la doncella son símbolos intercambiables del Yo femenino y el fruto es un símbolo del alimento y la maduración de nuestro conocimiento del Yo. Si nuestro conocimiento del comportamiento de nuestra alma es inmaduro, no podemos recibir alimento de él, pues el conocimiento aún no está maduro. Tal como ocurre con las manzanas, la maduración exige un cierto tiempo y las raíces necesitan afianzarse en la tierra para lo cual tiene que pasar por lo menos una estación y, a veces, varias. Si el alma de la doncella no se somete a ninguna prueba, nada más puede ocurrir en nuestras vidas. En cambio, sí conseguimos llegar a las raíces subterráneas, maduramos y podemos alimentar el alma, el Yo y la psique.
El manzano florido es también una metáfora de la fecundidad. Pero, por encima de todo, simboliza el impulso creativo de carácter profundamente sensual y la maduración de las ideas. Todo eso es obra de las curanderas, las mujeres de la raíz que viven entre los peñascos de las montañas del inconciente. Son las que excavan en la mina del inconciente profundo y nos ofrecen el fruto de su trabajo. Y nosotras elaboramos el material que nos entregan y, como consecuencia de ello, cobra vida la poderosa hoguera de los instintos perspicaces y de la honda sabiduría, y nosotras nos desarrollamos y crecemos no sólo en el mundo exterior sino también en el interior.
Tenemos por tanto un árbol que simboliza la abundancia de la naturaleza libre y salvaje de la psique de una mujer, pese a lo cual la psique no comprende su valor. Se podría decir que toda la psique está dormida ante las inmensas posibilidades de la naturaleza femenina. Cuando hablamos de la vida de una mujer en relación con el símbolo del árbol, nos referimos a la desbordante energía femenina que nos es propia y que se manifiesta de manera cíclica a modo de mareas que suben y bajan con regularidad de la misma manera que la primavera psíquica sucede al invierno psíquico. Sin la renovación de este floreciente impulso en nuestras vidas, la esperanza queda sepultada y no se remueve la tierra de nuestra mente y nuestro corazón. El manzano florido es nuestra vida profunda.
Podemos ver el devastador efecto del menosprecio del valor de lo femenino juvenil y esencial cuando el padre dice: "Ya plantaremos otro". La psique no reconoce la presencia de su propia diosa-creadora personificada en el árbol florido. El joven yo se malvende sin que se comprenda el inmenso valor de su papel de principal mensajero de la Madre Salvaje. Pero, por otra parte, este desconocimiento es el que da lugar al comienzo de la iniciación en la resistencia.
El desventurado molinero sin trabajo había empezado a cortar leña. Es muy duro cortar leña, ¿verdad? Hay que levantar y acarrear mucho peso. Pero esta acción de cortar leña simboliza los inmensos recursos psíquicos, la capacidad de proporcionar energía a las propias tareas, de desarrollar las propias ideas y de poner a nuestro alcance el sueño, cualquiera que éste sea. Por consiguiente, cuando el molinero empieza a cortar, podríamos decir que la psique ya está llevando a cabo la dura tarea de buscar la luz y el calor.
Sin embargo, el pobre ego anda siempre buscando la manera de escabullirse. Cuando el demonio sugiere al molinero la posibilidad de librarse de aquel duro esfuerzo a cambio de la luz de lo femenino profundo, el ignorante molinero acepta el trato. De esta forma sellamos nuestro destino. En lo más hondo de las zonas invernales de nuestra psique nos faltan provisiones y sabemos que no es posible una transformación sin esfuerzo. Sabemos que tendremos que arder totalmente de la manera que sea, sentarnos directamente sobre las cenizas de la mujer que antaño creíamos ser y seguir adelante a partir de ahí.
Pero otra faceta de nuestra naturaleza, una parte más propensa a la languidez, confía en que no sea así y en que cese el duro esfuerzo para poder sumirse de nuevo en el sopor. Cuando aparece el depredador, ya estamos preparadas para recibirlo; y lanzamos un suspiro de alivio pensando que, a lo mejor, hay un camino más fácil.
Cuando nos negamos a cortar leña, se le cortan las manos a la psique, pues, sin el esfuerzo psíquico, las manos psíquicas se marchitan. Sin embargo, este deseo de cerrar algún trato para librarnos del duro esfuerzo es tan humano y corriente que asombra encontrar a alguna persona que no haya hecho el pacto. La opción es tan frecuente que, si tuviéramos que dar un ejemplo tras otro de mujeres (y hombres) que desean librarse de la tarea de cortar leña y vivir una existencia más fácil, perdiendo con ello las manos -es decir, el control de su vida-, no terminaríamos nunca.
Por ejemplo, una mujer se casa por motivos equivocados y se amputa la vida creativa. Una mujer tiene una preferencia sexual y se obliga a sí misma a aceptar otra. Una mujer quiere ser, ir, hacer algo importante, pero se queda en casa contando recortes de periódico. Una mujer quiere vivir su vida, pero ahorra pequeños retazos de vida como si fueran cordelitos. Una mujer conciente de su valía como persona entrega un brazo, una pierna o un ojo a cualquier amante que se le pone por delante. Una mujer rebosa de radiante creatividad, pero invita a sus vampíricos amigos a chuparle la sangre. Una mujer necesita seguir adelante con su vida, pero algo en ella le dice "No, si te dejas atrapar, estarás segura". Es como lo del "Yo te doy esto y tú me darás aquello" del demonio, hacer un pacto sin saber.
De esta manera, el que estaba destinado a ser el nutritivo y floreciente árbol de la psique pierde poder, pierde sus flores y su energía, se vende por una miseria, se ve obligado a desperdiciar su potencial sin comprender el trato que ha hecho. Todo el drama empieza casi siempre y afianza su poder fuera de la conciencia de la mujer.
Sin embargo, hay que subrayar que es ahí donde empieza todo el mundo. En este cuento el padre representa el punto de vista del mundo exterior, el ideal colectivo que presiona a las mujeres para que se marchiten en lugar de ser salvajes. Aun así, no tienes por qué avergonzarte ni reprocharte nada si has malbaratado las floridas ramas. Sí, no cabe duda de que has sufrido por ello. Y es posible que hayas desperdiciado años e incluso décadas. Pero hay una esperanza.
La madre del cuento de hadas anuncia a toda la psique lo que ha ocurrido. "Despierta! -le dice-. ¡Mira lo que has hecho!" El despertar es tan inmediato que hasta duele. Pero sigue siendo positivo, pues la insípida madre de la psique, la que antes había contribuido a diluir y amortiguar las sensaciones acaba de despertar a la horrible realidad del pacto. Ahora el dolor de la mujer es conciente. Y, cuando el dolor es conciente, la mujer puede hacer algo con él. Lo puede utilizar para aprender, fortalecerse y adquirir sabiduría.
A largo plazo, habrá algo todavía más positivo. Aquello que se ha regalado se puede recuperar. Y puede volver a ocupar el lugar que le corresponde en la psique. Ya lo verás.