viernes, 4 de noviembre de 2011
el vagabundeo
La tercera fase: El vagabundeo
En la tercera fase del cuento el padre ofrece a su hija riquezas de por vida, pero la hija dice que se irá y se encomendará al destino. Al rayar el alba, envolviéndose los brazos con una gasa limpia, abandona la vida que ha conocido hasta entonces.
Se convierte de nuevo en una especie de animal desgreñado, Por la noche, muerta de hambre, llega a un vergel en el que todas las peras están numeradas. Un espíritu vacía el foso que rodea el vergel y, mientras el desconcertado hortelano la observa, la mujer se come la pera que el árbol le ofrece.
La iniciación es el proceso mediante el cual abandonamos nuestra natural inclinación a permanecer inconcientes y tomamos la decisión de que, por mucho que nos cueste -sufrimiento, esfuerzo, resistencia-, buscaremos la unión conciente con la mente más profunda, con el Yo salvaje. La madre y el padre del cuento tratan de atraer de nuevo a la doncella al estado inconciente: "Quédate con nosotros, estás herida, pero nosotros te ayudaremos a olvidar." ¿Querrá la doncella, ahora que ha derrotado al demonio, dormirse por así decirlo en sus laureles? ¿Se retirará, manca y herida, a los recovecos de la psique, donde será cuidada durante el resto de su vida, dejándose llevar y haciendo lo que le mandan?
No, no se retirará para siempre a una habitación oscura cual si fuera una belleza con el rostro desfigurado por un ácido. Se vestirá, se aplicará la mejor medicina psíquica que pueda y bajará por otra escalera de piedra a un reino todavía más profundo de la psique. La antigua parte dominante de la psique le ofrece la posibilidad de mantenerla a salvo y escondida para siempre, pero su naturaleza instintiva dice que no, pues intuye que tiene que esforzarse por vivir plenamente despierta, ocurra lo que ocurra.
Las heridas de la doncella están envueltas en una gasa blanca. El blanco es el color de la tierra de los muertos y también es el color de la alquímica albedo, la resurrección del alma desde el reino de ultratumba. El color es el heraldo del ciclo del descenso y el regreso. Al principio, la doncella se convierte aquí en una vagabunda, lo cual es de por sí la resurrección a una nueva vida y la muerte de la antigua. El vagabundeo es una buena elección.
Las mujeres que se encuentran en esta fase suelen sentirse desesperadas y, al mismo tiempo, inflexiblemente decididas a emprender este viaje interior, ocurra lo que ocurra. Y es lo que hacen cuando cambian una vida por otra o una fase de la vida por otra o, a veces, incluso un amante por otro que no es sino ella misma. El paso desde la adolescencia a la joven feminidad o desde la mujer casada a la soltera o desde la mediana edad a la madurez, cruzando la frontera de la vieja bruja, emprendiendo el camino a pesar de las heridas sufridas, pero con un nuevo sistema de valores propio, es una muerte y resurrección. Abandonar una relación o el hogar de los padres, dejar atrás unos valores anticuados, convertirse en una persona independiente, adentrarse en la salvaje espesura por el simple hecho de que debe hacerse, todas estas cosas constituyen la inmensa dicha del descenso.
Así pues, emprendemos la marcha y bajamos a un mundo distinto, bajo un cielo distinto y con un terreno desconocido bajo nuestras botas. Pero lo hacemos sintiéndonos vulnerables, pues no sabemos dónde agarrarnos ni cómo sostenernos y lo ignoramos todo, pues nos faltan las manos.
La madre y el padre -los aspectos colectivos y egoístas de la psique- ya no tienen el poder que antaño tenían. Han sido castigados por la sangre derramada a causa de su imprudente descuido. Aunque se comprometan a mantener a la doncella con toda suerte de comodidades, ahora no pueden gobernar su vida, pues el destino la induce a vivir como una vagabunda. En este sentido, su padre y su madre se mueren. Sus nuevos progenitores son el viento y el camino.
El arquetipo de la vagabunda da lugar a que surja otro: el de la loba solitaria, la intrusa. Está fuera de las familias aparentemente felices de las aldeas, fuera de la caldeada estancia, muriéndose de frío en el exterior; ésta es ahora su vida. Es la metáfora viviente de las mujeres errantes. Empezamos por no sentirnos parte de la vida carnavalesca que gira a nuestro alrededor. El organillo queda muy lejos, los buhoneros, los que anuncian a gritos el espectáculo y todo el espléndido circo de la vida exterior se tambalean y se convierten en polvo mientras nosotras seguimos bajando al mundo subterráneo.
Aquí la antigua religión nocturna nos sale de nuevo al encuentro en el camino. Aunque la antigua historia de Hades que se llevó a Perséfone al averno es un bello drama, otros cuentos mucho más antiguos pertenecientes a religiones matriarcales como los que tienen por protagonistas a Ishtar e Inanna sugieren la existencia de un claro vínculo de "amoroso anhelo" entre la doncella y el rey del infierno.
En estas antiguas versiones religiosas, no es necesario que un oscuro dios se apodere de la doncella y se la lleve a rastras al mundo subterráneo. La doncella sabe que tiene que ir, sabe que todo eso forma parte del rito divino. Aunque tenga miedo, ya desde un principio quiere ir al encuentro del rey, su esposo del averno. Efectuando el descenso a su manera, se transforma, adquiere una profunda sabiduría y asciende de nuevo al mundo exterior.
Tanto el clásico mito de Perséfone como el núcleo del cuento de hadas de "La doncella manca" son dramas fragmentarios derivados de otros más completos que se describen en las religiones más antiguas. Lo que al principio era el ansia de encontrar al Amado del Mundo Subterráneo se convirtió en mitos posteriores en lujuria y rapto.
En la época de los grandes matriarcados se daba por hecho que una mujer sería conducida de manera natural al mundo subterráneo bajo la guía de los poderes de lo femenino profundo. Tal cosa se consideraba parte de su formación y el hecho de que adquiriera esta sabiduría gracias a la experiencia directa era un logro de primerísimo orden. La naturaleza de este descenso es el núcleo arquetípico tanto del cuento de hadas de "La doncella manca" como del mito de Deméter/Perséfone.
En el cuento, la doncella vaga por segunda vez como un animal mugriento. Ésta es la manera adecuada de descender, con una actitud de "Me importan muy poco las cosas del mundo". Pero, como podemos ver, su belleza resplandece a pesar de todo. La idea de no lavarse también procede de los antiguos ritos cuya culminación es el baño y las nuevas vestiduras que representan el paso a una nueva o renovada relación con el Yo.
Vemos que la doncella manca ha pasado por todo el ciclo del descenso y la transformación, el ciclo del despertar. En algunos tratados de alquimia, se describen tres fases necesarias para la transformación: la nigredo, la negrura o la oscura fase de la disolución, la rubedo o la rojez de la fase sacrificial, y la albedo, la blancura de la fase de la resurrección. El pacto con el demonio era la nigredo, la fase de oscuridad; la mutilación de las manos era la rubedo, el sacrificio; y el abandono del hogar envuelta en gasas de color blanco, era la albedo, la nueva vida. Y ahora, como vagabunda que es, es arrojada de nuevo a la nigredo. Pero el antiguo yo ha desaparecido y el yo profundo, el yo natural, es la poderosa vagabunda.
Ahora la doncella no sólo va sucia sino que, además, está hambrienta. Se arrodilla delante del vergel como si éste fuera un altar, cosa que efectivamente es: el altar de los salvajes dioses del mundo subterráneo. Cuando descendemos a la naturaleza primaria, los antiguos y automáticos medios de alimentarnos desaparecen. Las cosas del mundo que nos alimentaban pierden el sabor. Nuestros objetivos ya no nos estimulan. Nuestros logros carecen de interés. Dondequiera que miremos en el mundo de arriba, no hay comida para nosotras. Por consiguiente, el hecho de que recibamos justo a tiempo la ayuda que necesitamos, constituye uno de los más puros milagros de la psique.
La vulnerable doncella recibe la visita de un emisario del alma, el espíritu vestido de blanco. El espíritu vestido de blanco elimina las barreras que le impiden alimentarse. Vacía el foso ajustando la compuerta. El foso tiene un significado oculto. Según los antiguos griegos, el río Estige separa la tierra de los vivos de la tierra de los muertos. Sus aguas están llenas de los recuerdos de todas las obras pasadas de los muertos desde el principio de los tiempos. Los muertos pueden descifrar los recuerdos y ordenarlos, pues su visión se ha agudizado como consecuencia de la pérdida del cuerpo material.
Pero, para los vivos, el río es un veneno. A no ser que lo crucen con un espíritu guía, se ahogan y descienden a otro nivel de ultratumba, donde vagarán por toda la eternidad en medio de la bruma. Dante tenía a Virgilio, Coatlicue tenía una serpiente viva que la acompañaba al mundo de fuego y la doncella manca tiene al espíritu vestido de blanco. Vemos por tanto que la mujer escapa primero de la madre no despierta y del torpe y codicioso padre y después se deja guiar por el alma salvaje.
En el cuento, el espíritu guía acompaña a la doncella manca al reino subterráneo de los árboles, al vergel del rey. Eso también es un vestigio de las antiguas religiones en las que siempre se asignaba un espíritu guía a los jóvenes iniciados. Los mitos griegos están llenos de doncellas acompañadas de lobas, leonas u otras figuras que eran sus iniciadoras. E incluso en los actuales ritos religiosos relacionados con la naturaleza como los de los diné (navajos), los misteriosos yeibecheis son fuerzas elementales de carácter animal que presiden la iniciación y los ritos de curación.
La idea psíquica que aquí se quiere transmitir es la de que el mundo subterráneo, como el inconciente de los seres humanos, está lleno de insólitas y llamativas figuras, imágenes, arquetipos, seducciones, amenazas, tesoros, torturas y pruebas. Es importante para el viaje de individuación de la mujer que ésta tenga sentido común espiritual o que cuente con la ayuda de un guía sensato para que no caiga en la fantasmagoría del inconciente y no se pierda en situaciones atormentadoras. Tal como vemos en el cuento, es más importante quedarse con el hambre y seguir el propio camino a partir de allí.
Como Perséfone y como las diosas de la Vida/Muerte/Vida, la doncella encuentra el camino que la conduce a una tierra de mágicos vergeles donde un rey la está esperando. Ahora la antigua religión empieza a brillar en el cuento con creciente intensidad. En la mitología griega había dos árboles entrelazados a la entrada del averno, y los Campos Elíseos, el lugar en el que moraban los muertos que habían ido virtuosos en vida, ¿en qué consistían? En unos vergeles.
Los Campos Elíseos se describen como un lugar de perpetua luz diurna, en el que las almas pueden renacer en la tierra siempre que lo deseen. Es el doble del mundo superior. Aquí pueden ocurrir cosas muy difíciles, pero su significado y los conocimientos que proporciona, son distintos de los del mundo de arriba. En el mundo de arriba todo se interpreta a la luz de las simples ganancias y pérdidas. En el otro mundo o mundo subterráneo, todo se interpreta a la luz de los misterios de la verdadera visión, la obra adecuada y el desarrollo que lleva aparejado el hecho de convertirse en una persona de gran fuerza y sabiduría interior.
En el cuento la acción se centra ahora en el árbol frutal que en la antigüedad se llamaba el Árbol de la Vida, el Árbol de la Perspicacia, el Árbol de la Vida y la Muerte o el Árbol de la Ciencia. A diferencia de los árboles que tienen agujas u hojas, el árbol frutal ofrece abundante alimento, pero no sólo alimento, pues un árbol almacena agua en sus frutos. El agua, el líquido primordial del crecimiento y la continuidad, se absorbe por medio de las raíces que alimentan el árbol por acción capilar -una red de miles de millones de plexos celulares tan minúsculos que no son perceptibles a simple vista- y, al llegar al fruto, lo hincha y lo convierte en un objeto de belleza sin igual.
Debido a ello, se piensa que el fruto está dotado de alma y tiene una fuerza vital que se desarrolla a partir de cierta cantidad de agua, aire, tierra, alimento y semilla, cosas todas que contiene en parte, y, por si fuera poco, sabe divinamente bien. Las mujeres que se alimentan con el fruto, el agua y la semilla de la tarea de las selvas subterráneas se desarrollan psicológicamente de una manera similar. Su psique se ensancha y madura constantemente.
Como una madre que ofrece el pecho a su hijo, el peral del vergel se inclina para ofrecer su fruto a la doncella. Este jugo materno es el de la regeneración. El hecho de comer la pera alimenta a la doncella, pero hay algo todavía más conmovedor: el inconciente, su fruto, se inclina hacia ella para alimentarla. En este sentido, el inconciente deposita un beso en sus labios. Le da el sabor del Yo, el aliento y la sustancia de su propio dios salvaje, algo así como una comunión salvaje.
El saludo a María por parte de su prima Isabel en el Nuevo Testamento es probablemente un resto de este antiguo entendimiento entre las mujeres: "Bendito el fruto de tu vientre", le dice Isabel a María. En las más antiguas religiones nocturnas, la mujer que acababa de ser iniciada y estaba preñada de sabiduría, era recibida de nuevo en el mundo de los vivos con una hermosa bendición de sus parientas.
El mensaje más extraordinario del cuento es el de que, en los momentos más oscuros, el inconciente femenino, es decir, el inconciente uterino, la Naturaleza, alimenta el alma de la mujer. Las mujeres dicen que, en pleno descenso, se sienten rodeadas por la más lóbrega oscuridad, perciben el roce de la punta de un ala y experimentan una sensación de alivio. Notan que se está produciendo la alimentación interior y que un manantial de agua bendita inunda la tierra agrietada y reseca, pero ellas ignoran su procedencia. El manantial no alivia el sufrimiento sino que más bien alimenta cuando no hay otra cosa. Es el maná del desierto. Es el agua que brota de la roca. Es el alimento llovido del cielo. Sacia el hambre para que podamos seguir adelante. Y de eso precisamente se trata, de seguir adelante. De seguir adelante hasta llegar a nuestro destino de sabiduría.
El cuento resucita el recuerdo de una antiquísima promesa: la de que el descenso nos alimentará aunque todo esté oscuro, aunque tengamos la sensación de que nos hemos perdido. Aun en medio del no saber, el no ver, el "vagar a ciegas", hay un "Algo", un "Alguien" desordenadamente presente que nos acompaña. Si giramos a la izquierda, él también gira a la izquierda. Si giramos a la derecha, nos sigue de cerca, nos sostiene y nos ayuda a hacer el camino.
Ahora estamos en otra nigredo de un vagabundeo en el que no sabemos qué será de nosotras y, sin embargo, en esta apurada situación, se nos ofrece el alimento del Árbol de la Vida. El hecho de comer del Árbol de la Vida en el país de los muertos es una antigua metáfora de la fecundación. En la tierra de los vivos se creía que un alma se podía introducir en un fruto o cualquier otro comestible para que la futura madre lo comiera y ella se pudiera regenerar en su carne. Aquí pues, casi a medio camino, se nos ofrece el cuerpo de la Madre Salvaje a través de la sustancia de la pera y nosotras comemos aquello en lo que nosotras mismas llegaremos a convertirnos.